En ese momento mi consciencia se debatía internamente entre decirle alguna mentira a sabiendas de que él se daría cuenta y se enfadaría por no serle sincera o simplemente soltarle la verdad desconociendo las consecuencias que ésta proporcionaría.
¿Qué hago? Por Dios, esto era complicado.
- Le dije que me gustaba... - susurré al fin, rogando porque no escuchase, pero no fue así, él lo escucho perfecta y claramente.
Asintió lentamente sin verme, pero mi corazón, alma y mente sintieron un enorme peso encima cuando noté una pequeña y cristalina gota deslizarse por su mejilla.
Estaba llorando. No, no, no. Yo era una persona terrible, me iría al mismísimo infierno.
- Edgar - estaba desesperada sin saber que decir - por favor, lo siento, yo... - las palabras me jugaban una mala pasada mezclándose sin orden en mi boca, logrando que no pudiese decir nada; esto siempre sucedía cuando me sentía culpable, me bloqueaba.
Sonrió sin la menor pizca de alegría y puso el coche nuevamente en marcha. El camino transcurrió en total silencio, no me atrevía a decir nada. Me sentía horriblemente mal. Cuando se detuvo frente a mi hogar me giré para verlo, su rostro se encontraba neutral, aún sin dedicarme alguna de sus miradas.
- ¿No lo estoy haciendo bien, eh? - habló de pronto; sabía perfectamente a qué se refería.
- No es eso, es sólo que...
- No te preocupes, Vania. - Me cortó - nos vemos mañana - Supe que esa era una invitación en toda regla para que de una buena vez me bajara de su automóvil. No quería incomodarlo, así que abrí la puerta y salí.
Pero no podía dejar las cosas así, sin pensarlo dos veces, regresé y corrí lo más rápido que pude hacía el lado del conductor, antes de que arrancara. Abrí su puerta y entré sin darle tiempo de decir nada. Lo besé con desesperación. Al principio él ni siquiera se inmutó, pero después de unos segundos colocó una de sus manos en mi cabeza y la otra en mi cintura acercándonos lo más posible.
Era demasiado incómoda la posición en la que me encontraba, sentía el volante encajarse en mi espalda pero no me importó demasiado, la calidez y ternura que desprendía su cuerpo impedían que me quejara.
- Tengo que entrar - recordé retirando su brazo de mi cuerpo. - Lo lamento - sentí la necesidad de disculparme nuevamente.
- No es nada - chasqueó la lengua - Soy un celoso - Se encogió de hombros mientras una sonrisa ladeada se dibujo en su rostro haciéndole ver adorable. - Buenas noches - Me dio un pequeño beso en los labios.
- Buenas noches - salí del auto y entré a la casa. Cuando estuve dentro suspiré recargada en la puerta.
Me quité el atuendo de ese día sustituyéndolo por mi pijama favorito, me lo había obsequiado mi madre en uno de mis cumpleaños, tenía un genial estampado de súper héroes. Observé el reloj colgado en mi habitación, eran las diez de la noche. No muy tarde, ¿Dónde rayos estaban todas? Lo más seguro era que mi mamá estuviese trabajando, de Paula no tenía la menor idea y Yamileth debía andar por ahí disfrutando sus últimos días en la ciudad con Víctor.
No tenía sueño así que bajé y saqué el helado de la nevera, encendí el televisor y me dispuse a ver alguna película. No había nada bueno en televisión, todos eran canales estúpidos ofreciéndole al televidente programas igual de estúpidos. En mi intento por hallar algo medianamente decente, "Kill Bill" apareció la pantalla, me encogí de hombros, una película de Tarantino, eso ya era algo.
Destapé el helado y enterré la cuchara en él con la vista fija en el televisor cuando el timbre de la puerta me sobresaltó. ¿Quién sería a estas horas? Las personas con las que vivía tenían su propia llave justamente para evitar estas molestias; con pereza me levanté del sofá, dejé el helado en la mesita de centro y caminé en dirección a la puerta.

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Él está casado.
RomanceVania es una chica que empieza a tener sentimientos por un hombre que ella considera fuera de su alcance, él está casado y eso la hace sentirse culpable, más por el hecho de que él tiene hijos, trata de evadirlo y olvidarle con Edgar, un chico que a...