Capítulo 1

117 15 2
                                    

Abro los ojos y me encuentro con lo que llevaba tanto tiempo sin querer. Hoy empiezo un nuevo día, una nueva vida. Las maletas, recogidas y tiradas en el suelo me recuerdan que me espera un cambio radical en todos los aspectos. "No quiero", me repito constantemente. Pero mi pensamiento hace caso omiso a la realidad.

Me levanto con poca gana, recojo lo poco que me queda y suspiro.

—Cariño, ¿estás preparada? —pregunta mi madre entrando despacio a la habitación. La miro y asiento con la cabeza, desganada.

Coge las maletas y las lleva al lado del coche. Sigo pensando que se arrepentirá y que esto será una mala idea, pero ya no hay vuelta atrás.

—Voy a despedirme de papá —digo, mientras ella coloca las cosas.

Entro a casa y me despido, pero estoy segura de que esa despedida no será la definitiva a pesar de los problemas que tienen entre ellos.

Vuelvo al coche y lo más importante se me viene a la cabeza; mis amigos. A los que ni siquiera he podido avisar de que ya no les volveré a ver durante un tiempo, de los que ya no volveré a saber, con los que ya no volveré a estar hasta, supongo y espero, dentro de unos meses.

Mi madre se da cuenta y, como si me hubiera leído el pensamiento, contesta sin haberla dicho nada.

—¡Olvídate! Nos esperan y creo que ya llegamos tarde —dice, pero esto para mi no es una justificación con argumento.

—No es justo, mamá. Aquí está toda mi vida —replico mientras las lágrimas caen por mi cara; las cuales no pueden hacer nada para hacerla cambiar de idea.

Arranca y mientras me despido de mi padre con la mano y la cara mojada de las lágrimas, mi madre intenta animarme pero no lo consigue.

—¿Por qué lloras? Piensa que seguro que te va a ir mejor que aquí. Lo único que va a cambiar es tu rutina —me acaricia el muslo y me sonríe. Falsamente, pero lo hace.

—¿Y mis amigos, mamá? ¿Los llevo en la maleta? —insisto, irónica.

—Ahora hay muchas formas de comunicarse, cariño. Sé que crees que va a ser muy duro, y quizá tengas razón, pero será cuestión de tiempo —responde y me vuelve a sonreír falsamente.

—Tú misma lo has dicho. La amistad no se hace el primer día. Y yo quiero a mis amigos, sin tener la necesidad de buscarme otros cuando los tengo a ellos —escupo.

Frena suavemente el coche y aspira.

—¿Quieres dejar de pensar por una vez en ti y pensar en los demás? —dice, cabreada —sabes cual es la situación en la que estamos tu padre y yo y parece importarte una mierda —grita y habla maleducadamente, acto que me muestra que en ese instante está el doble de jodida que yo, ya que nunca habla mal y no le presto ni un poquito de mi tiempo.

Es tan fuerte y tan valiente que aguanta las lágrimas unos segundos y cuando no puede más, se rompe a llorar.

—Lo siento, mamá —digo y cojo los cascos del bolso —tienes razón, soy una egoísta —me pongo la música y me aislo durante el trayecto.

***

Mi madre no se ha callado durante las dos horas y media de viaje. No la he escuchado, pero supongo que era lo que tenía que hacer para despejarse.

E incluso, noto como sube el volumen de la radio y escuchaa su disco favorito una y otra vez, sin cansarse.

—Ya estamos aquí —me dice y sonríe, ilusionada. Yo le devuelvo la sonrisa falsa una vez más.

Bajamos del coche nada más aparcar y por lo que veo a mi alrededor, nada me agrada. Bueno, en sí, hoy nada me parece bien, ni bonito.

—Mira —señala mi madre, feliz —ese es el piso —me mira, con la intención de que la diga algo bueno sobre ello. Pero yo, me quedo callada.

En la puerta, veo me fijo que hay un hombre bastante atractivo para su edad; unos 50 más o menos. Es moreno, no muy alto y por lo que puedo apreciar, de ojos claros.

Mi madre le observa desde lejos y nos acercamos.

—Ese es nuestro casero —afirma.

Saludamos cordial y subimos. En la puerta, hay un chico esperando. Lleva unos pantalones de chándal holgados grises junto a una sudadera de adidas que le favorece con el color de sus ojos azul intenso. Es moreno y tiene el pelo alborotado. No parece estar muy cómodo ante la situación, más bien, parece enfadado.

Nada más llegar, el casero nos le presenta.

—Este es mi hijo, Louis —sonríe— y será el que os enseñe el piso. Por motivos personales, yo no podré hacerlo —lamenta.

Éste, ensimismado, me mira a los ojos y su azul intenso me pone incómoda y nerviosa desde el primer momento.

Le noto como me observa y sonríe para sí, pero yo le ignoro.

—Pasad —dice abriendo la puerta con una voz muy dulce pero muy seria.

Adentramos en el piso y según le veo, le noto confortable, bonito; pero aún así, no quiero admitirlo delante de mi madre.

Al salir, Louis nos da la llave y sonríe. Me fijo en sus dientes alineados y en su sonrisa perfecta y al segundo desvío la mirada.

***

Por fin nos quedamos solas en el piso y puedo tener tiempo para asimilar todo lo que acabo de vivir y lo que me espera. Tengo la sensación de que al fin y al cabo, no todo irá tan mal.

—Se que estás cansada pero ¿te parece que subamos las cosas? —dice mi madre.

Me lo pienso unos segundos y en verdad, las ganas son mínimas. Pero tengo que hacer un esfuerzo para ayudarla.

—Claro —me levanto y sonrío.

Bajamos y el hecho de pensar que tengo que subir tantas cosas me agota. Entra caja y caja de la mudanza, una mujer sale de un pequeño bar que hay en frente.

—Hola, soy vuestra vecina de en frente —se ríe— ¿Os ayudo? Os veo un poco apuradas y tengo tiempo libre ahora —dice.

—No, no se moleste —contesto, aunque se lo agradecería enormemente.

—Que sí, por favor, déjame —miro a mi madre y ella asiente.
Le doy una caja de las que estaban a la vista y por desgracia es de las que más pesan. Oigo un quejido por su parte, pero no hago caso. Subimos y por el camino, la mujer nos cuenta su vida, a la cual, no hago caso.

—Llevo aquí 25 años. Me mudé por necesidad y por trabajo —dice, como si nos importara.

—¿Y tiene marido? —dice mi madre, que parece interesada.

—Sí. Pero ahora estoy separada y en verdad, me vine porque me quedé embarazada del único hijo que tengo —se queda callada unos segundos y llegamos arriba —que creo que ya sabéis quién es. Se llama Louis y tiene es moreno con los ojos azules —explica y deja la caja en la puerta.

Mi mente, que había desconectado por un momento, se pone en alerta al oír aquella descripción.

—Ah, ¿el chico que nos ha enseñado el piso? —vuelve a preguntar mi madre.

—Sí —dice— al principio no suele causar muy buena impresión y cuesta manejarle, pero os juro que es un buen chico. Solo hay que aprender a conocerle —confiesa.

Mi madre y yo nos quedamos calladas, sin saber por qué nos avisa de todo aquello.

—¿Y él vive contigo? —pregunta mi madre.

—Sí —asiente la mujer— y se me acaba de ocurrir que como estáis de mudanza y con todo este lío, podríais venir a cenar esta noche y así nos conocemos más. A Louis le vendrá muy bien hacer amistad con chicas tan guapas —me sonríe y yo me sonrojo por el halago— ¿os parece? —dice, ilusionada.

Mi madre me mira como pidiéndome permiso y yo asiento, tímida por todo lo dicho anteriormente.

—¡Perfecto! —exclama la mujer —¿Os parece buena hora a las 23:00? —pregunta.

—¡Sí, claro! Allí estaremos —dice mi madre y se despiden.

Little LiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora