29: El "bueno" y el "no tan bueno", Parte dos

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Las tribunas gritaban de manera ensordecedora mientras Luke Hemmings, el jugador con el número 18 en su camiseta, corría rápidamente por la cancha empujando a los atacantes del equipo contrario. Saltó cuando uno de ellos se tiró al suelo, intentando que cayera.

Calum estaba sentado ahí, mirando con gracia a las personas que se emocionaban cada vez que Hemmings tiraba a alguien al suelo de un codazo o un empujón. Para el moreno era extraño ver al chico de ojos azules en una faceta tan agresiva, porque si bien lo había conocido tierno, enojado, decepcionado y triste, aquel Luke que empujaba con rabia a sus contrincantes no era algo que se pudiera esperar. Jugaba excelente: Corría como el demonio, pateaba y lanzaba de manera casi perfecta y todas esas cosas que hacían los chicos atléticos. Una gran celebración empezó a darse entre el público: El rubio había anotado justo un momento antes de que el partido concluyera. El moreno sonrió sin mostrar los dientes y miró hacía sus pies, para luego volver la vista al campo.

Luke se encontraba en los hombros de sus compañeros, los cuales gritaban y festejaban. El de ojos azules sonrió victorioso mientras retiraba el casco de su cabeza y lo levantaba hacía las tribunas, recibiendo más gritos de los asistentes al partido. Casi contra su voluntad, buscó a Calum entre aquel océano de personas y justo cuando lo encontró, el moreno estaba levantando la mirada y pareció percatarse de que por un momento, los ojos de Hemmings estuvieron sobre él. Ambos apartaron la mirada.

Después de lo que pasó en la heladería, Calum y Luke habían dejado de hablarse. Hemmings simplemente decidió eliminar cualquier relación que existió o existiría entre ambos y Hood, siendo tan orgulloso como era, no hizo nada para evitar aquello. El rubio empezó a jugar en el equipo de Fútbol americano de la escuela y el moreno ahora era aplicado, participaba en las muestras de talento musicales e iba cada partido a alentar al equipo. Y ninguno se determinaba.

O eso creían.

Luke siempre encontraba la manera de enterarse sobre la vida de Hood, siempre lo miraba cuando este estaba descuidado y, aunque le costara admitirlo, lo tenía en su cabeza todo el maldito tiempo. No se explicaba cómo era posible que alguien estuviera presente siempre, aunque no estuviera con él realmente. Se sentía frustrado. Vamos, Calum se había besado con otro chico y luego había seguido la vida como si nada, sin siquiera importarle que Hemmings lo hubiera dejado de lado. ¿Cómo es posible que te importe alguien al que le da igual tu existencia? ¿Cómo es posible sonreír cuando lo vez, aún cuando sabes que no le importas, que nunca le importarás y que nunca le importaste? ¿Qué tan miserable tienes que ser para que lo que sea que haga que sientas, se de cuenta del dolor innecesario que te está causando? Los únicos momentos en los que no se sentía mal al recordar al moreno, era cuando jugaba fútbol americano, los únicos minutos del día en los que su recuerdo o su estúpida y perfecta sonrisa no lo acosaban. La ira era lo único que lograba menguar la desesperación que sentía. Empujar y correr era lo único que hacía que aquella extraña opresión que tenía en le pecho se desvaneciera... Al menos hasta que lo veía entre las gradas. Ahí todo volvía a ser desesperante.

Calum por su lado, lo pensaba hasta cuando se sacaba los mocos, y no estaba exagerando. Todo el tiempo estaba en su cabeza y aunque se repetía mil veces que no le importaba, ni en lo más mínimo la vida de aquel rubio, no había ni un momento del día en el cual no se arrepintiera de haberse besado con aquel chico y en que no quisiera disculparse e intentar arreglar las cosas. Lastima que escogió la peor manera para hacerlo.

Era jueves, día de entrenamiento. Luke estaba en los vestidores y ataba sus zapatos deportivos mientras hablaba con Richard, su compañero. Luego de terminar, ambos salieron con sus cascos en las manos y rieron mientras hablaban de cualquier cosa o chiste idiota, hasta que Hemmings lo vio hablando con el entrenador Winston.

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