—A Eleanor Becket le toca con… —la profesora de Arquitectura, la Parisi, recorrió un listado escrito en una hoja fotocopiada— … Kyle Harries. Para el trabajo sobre la catedral tendréis que…
—No.
Eleanor la había interrumpido con brusquedad. Se dio cuenta de que había alzado la voz y se ruborizó, avergonzada. Todos la estaban mirando con cara de interrogación.
—¿Qué mosca te ha picado? —le susurró Cherly.
—Perdóneme, profesora —repuso ella, mientras tragaba saliva varias veces en un intento por mantener el control. El corazón le latía demasiado deprisa, seguramente la voz le temblaba—. No creo que pueda ser la pareja de Harries. Para el trabajo, me refiero.
Alguno se rió, pero la profesora parecía perpleja.
Kyle, en su pupitre, la observaba con expresión neutral. Como si ni siquiera la viese. Era como si su protesta no le perturbase en absoluto.
—Es decir, yo… —añadió ella— preferiría a alguien que fuera de por aquí, para conocer mejor la ciudad…
Era una excusa barata, pero pareció surtir efecto porque la profesora arrugó la frente y volvió a ojear el listado.
—Lo siento, Becket —concluyó—. Desgraciadamente, las parejas para los trabajos en grupo se formaron el año pasado. Si te pongo con otra persona, Harries se queda colgado. Estoy segura de que con un buen plano y quizá una guía os resultará divertido descubrir la ciudad vieja solos.
A continuación, sin dejar lugar a réplicas, pasó a explicar el proyecto, que consistía en realizar unos alzados del monumento que cada pareja tenía asignado.
Eleanor estaba furiosa. Se escondió detrás del pelo y sin que nadie la viera, se colocó los auriculares del reproductor Mp3 en los oídos y puso la canción «Brain damage» de Pink Floyd a todo volumen.
Tengo un loco en la cabeza.
Dejó que sonara el timbre, que cambiase el profesor una vez y dos, hasta el recreo, limitándose a dibujar como una posesa en el cuaderno de bocetos.
—Joder, sí que te lo has tomado mal —comentó Cherly, sabiendo que no la podía escuchar y observando la imagen de un gran cementerio que su amiga estaba componiendo en la página. Tumbas, cruces, lápidas y cuervos negrísimos posados por doquier. La chica fingió no haber visto que en una de las lápidas aparecía escrito «Kyle Harries» y se marchó sola al patio, imaginando que Eleanor no quería ser molestada.
Cuando, a pesar de los auriculares, notó que a su alrededor se había hecho el silencio, Eleanor dejó caer una lágrima. Fue a parar al cuaderno, donde se convirtió en un charco que emborronó las líneas de lápiz, parecidas a surcos negros. Se las secó rápidamente. En el fondo, no eran más que deberes. Podían hacerlo deprisa y dejarlo ahí, no tendrían que confraternizar mucho. Ni siquiera sabía por qué había reaccionado de ese modo. Por supuesto que no era la primera vez que tenía que véselas con un compañero de clase que se creía el amo del mundo.
De su pequeño y estúpido mundo. Levantó la cabeza y se libró del pelo que le tapaba la cara, como si se sintiera más segura sólo de pensar en ello. Y se lo encontró de frente.
Estaba sentado en la mesa del profesor, leyendo su revista habitual de coches y motos.
Eleanor no tuvo tiempo de hacer nada porque él alzó la mirada y la observó. Estaba moviendo los labios para decirle algo, pero la música estaba todavía demasiado alta como para escuchar sus palabras.
Lo vio bajar de la tarima y dirigirse hacia ella, así que se volvió a ponerse a dibujar, insistiendo tanto con el lápiz sobre la misma línea que casi agujerea el papel.