Había un hombre parado junto a la puerta de su casa, vestido con vaqueros y un abrigo, que la observaba.
En un primer momento, Eleanor no se acordó de que Leone los tenía bajo vigilancia, pero luego reconoció a Nino, el guardaespaldas que los había acompañado al restaurante, y le hizo un gesto de saludo. Mientras ponía la cadena a la Vespa, las manos le temblaban. Dejó caer el candado dos veces, sobresaltándose al escuchar el rumor del metal sobre el asfalto, y por poco se echa a llorar allí mismo, en mitad de la calle.
—Te ayudo.
Nino le sonrió y se ocupó de cerrar la cadena.
—Gracias —acertó a murmurar Eleanor.
—¿Un mal día? —le preguntó él, con las manos en los bolsillos y la barbilla enterrada en la bufanda.
—Uno de los peores de mi vida —respondió Eleanor, en un arrebato de sinceridad.
Nino titubeó, sin saber si debía o no contestarle.
—Bueno, pues creo que en casa te encontrarás con otros problemas. Debe de haber ocurrido algo, el juez lleva un rato como loco
Eleanor apretó los labios sin hacer más comentarios. Los problemas de trabajo de su padre estaban directamente relacionados con lo que la separaba de Kyle y, llegados a este punto, no sabía qué esperar. Si detenían a Kyle, se evitaría el desastre en el mar. Puede que no se sintiera feliz por ella misma, pero al menos podría continuar mirando el horizonte sin que le entraran ganas de vomitar.
Subió las escaleras despacio, como si acarreara a sus espaldas el peso del mundo. Cuando llegó al descansillo, encontró la puerta de casa entreabierta. Ojalá hubiera podido detener el tiempo y evitar tener que respirar, hablar, moverse, aunque sólo fuera por unos instantes, así quizá habría sido capaz de poner en orden sus pensamientos.
En cambio, la realidad la apremiaba y la empujaba al interior de la casa, donde su padre la recibió sentado en la mesa con una mirada torva. Ante él, la pistola que Kyle le había regalado, un pedazo de metal cromado contra la madera oscura.
—Me ha llamado el director del instituto.
Eleanor no esperaba una frase así. No tenía nada que temer desde el punto de vista académico y pensó que su padre estaba divagando antes de empezar a hablar de lo que tenía delante. Trató de idear excusas convincentes, pero parecía que no había nada que justificase estar en posesión de un arma.
—Me ha contado que el bedel te vio con un compañero de clase cuando salías de un aula en desuso, durante la asamblea del instituto. Tu profesora asegura que no os autorizó a alejaros y, además, recuerda haber estado buscándolos un buen rato —añadió el juez, dando un coñazo sobre la mesa—. El director se ha visto en la obligación de llamarme, teniendo en cuenta mi trabajo, porque parece ser que este compañero tuyo tenía antecedentes penales. ¿Te dice algo el nombre de Kyle Harries, Eleanor?
—Sólo estábamos...
—¡Déjalo ya! —gritó su padre levantándose con tanto ímpetu que volcó la silla—. Ni siquiera has ido hoy a clase. Has estado con él, ¿a que sí? ¿Hace cuánto tenéis una historia?
Eleanor renunció a mentir:
—Puedes estar tranquilo. Ya no hay nada entre nosotros —respondió
—Y luego está esto —exclamó su padre, asolado. Cogió la pistola de la mesa con tanta fuerza que parecía que iba a lanzarla por los aires—. ¿Qué demonios crees que estás haciendo? ¡A pesar de mis advertencias, a pesar de que sabías a quién tenías delante! Explícame cómo has podido ser tan ingenua, sobre todo después de lo que le sucedió a Jack.