Capitulo 21

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—No nos gusta llamar la atención.

 Kyle observaba la reacción de Eleanor. La había llevado a su casa, aprovechando que su madre había regresado al pueblo para ir a ver a un familiar que estaba en el hospital y, ahora que estaba allí, trataba de ignorar el hecho de que desentonara tanto en ese ambiente que a él le resultaba tan familiar.

 —Es algo inquietante —comentó ella con incredulidad, de pie en mitad del salón.

 Lo que desde el exterior parecía poco más que un mísero cortijo, ocultaba en su interior un pequeño y lujoso palacio. A pesar de las paredes ennegrecidas, que no había dado tiempo a pintar, las estancias resplandecían de muebles caros, blandas alfombras y cuadros de buen gusto que Eleanor intuyó que había elegido Kyle.

 Las ventanas, de aluminio deteriorado, estaban protegidas por pesadas cortinas de brocado color crema y la cocina, que Eleanor vislumbró desde la puerta abierta, era moderna y estaba amueblada con todos los accesorios.

 —Mi madre no habría querido todo esto. Es una persona sencilla y, de todas formas, se trata de algo provisional —explicó Kyle. A Eleanor le vinieron a la mente los dedos cuajados de anillos pero no dijo nada—. En cambio, para Seth es inconcebible vivir sin lujos. Y a mí no me disgusta.

 Salieron al jardín por el ventanal que daba a la parte trasera. Si habían dejado el patio delantero en su estado original de abandono, la casa protegía con sus muros un rincón verde cuidadosamente dispuesto, con una mesita y varias sillas de hierro forjado, una gran sombrilla de tela blanca y un par de tumbonas de madera.

 —Me costó convencerlo para no construir una piscina en pleno invierno —dijo Kyle—. Está obsesionado con las piscinas.

 Eleanor  lo miró como si lo viese por primera vez. Allí, en su casa, parecía completamente distinto. Al hablar del dinero como si lo diera por sentado, aquella luz turbia había regresado a sus ojos.

 —Parece que tengas mucho afecto a Seth —comentó.

 —Se lo debo todo.

 Eleanor hizo una mueca.

 —¿Qué te pasa? —preguntó él.

 —En el fondo no le debes nada. Tu padre murió por su culpa, tú arriesgas la vida por él, puede que lo que recibas ni siquiera sea suficiente.

 —¿Suficiente? —repitió Kyle perplejo—. Tengo todo lo que deseo: casas, coches, barcos. Iré a la mejor universidad posible. ¿Qué más se puede pedir?

—La libertad de decidir a qué te quieres dedicar, por ejemplo, o de amar a quien tú elijas —la idea de que fuera prisionero de aquel hombre y de su hija le resultaba cada vez más insoportable.

 —Tú no lo entiendes, Eleanor.

 —Puede que sea eso. Pero sé que cuando pierdes a un ser querido, una montaña de dinero no puede reemplazar el dolor de su ausencia.  

 Kyle se levantó, inquieto, y le dio la espalda para contemplar el campo punteado de olivos. El sol invernal lucía ya bajo e irradiaba una luz casi blanca.

 —No puedes entender lo que significa, no deberías juzgarme.

 —Hace un año y medio perdí a mi hermano —dijo ella sin pensarlo.

 No era capaz de decir «murió». La idea de haberlo perdido al menos le daba la esperanza de poder reencontrarse con él, algún día, en otra vida.

 Kyle se giró de golpe.

 —¿Por qué no me lo has contado hasta ahora?

 —No me gusta hablar de ello. La gente me mira con compasión y eso no va conmigo —respondió ella—. Además, es lo que ha destrozado a mi familia, y sólo de pensarlo me dan ganas de gritar. Hay veces que querría estar en su lugar.

Die TogetherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora