Cuando Kyle entró en la habitación, con un ligero retraso, los ojos de Seth Townsed se iluminaron, algo que no le pasó desapercibido a Landon, que encendió un cigarrillo y lo miró con odio.
—Disculpadme, he tenido un contratiempo —dijo, quitándose la cazadora y colgándola del respaldo de la silla que le habían dejado libre. También sacó la pistola que tenía en los vaqueros y la dejó sobre la mesa.
—Dame un abrazo, hace semanas que no te veo —le ordenó Seth, mientras abría los brazos en un gesto paternal. Era un hombre bajo y macizo, con cuello de toro y manos como palas. El aspecto tosco y la barba de varios días contrastaban con su ropa refinada: jersey de cachemir y chaqueta cosida a medida. Mientras lo abrazaba, Kyle aspiró el olor a aftershave y a tabaco que tanto le recordaba a su infancia.
—Estoy muy orgulloso de este chico —dijo Seth a los allí presentes, diez hombres de edades comprendidas entre dieciséis y sesenta años, reunidos a su alrededor como una camada de lobos—. Unas notas estupendas en el instituto, buena presencia, mano firme. Hará grandes cosas por nosotros.
—No más de lo que tú has hecho por mí —replicó Kyle, agradecido. Seth asintió y luego miró a su hijo mayor, Landon, y suspiró con gesto teatral.
—En vuestra opinión, cuando el entrenador de un gran equipo de fútbol tiene que elegir a su capitán, ¿cómo hace para saber quién tiene madera de líder? ¿El jugador que abre la boca en el momento oportuno, que da al equipo una imagen distintiva, sólida, ganadora? —preguntó a su público.
La pregunta era retórica. Todos sabían que cuando Seth hablaba, exponía su propia postura sobre algún tema, expresándose a través de frases que parecían preguntas. Sin embargo, no lo eran. Seth no esperaba respuestas, sino total atención. Y devoción. Incluso ahora que la edad comenzaba a hacer mella en él y a teñirle de blanco el cabello, tenía en sus manos las riendas del negocio con la elegancia que siempre lo había distinguido del resto de los boss de la zona.
—Desde el principio he tenido una gran visión para los negocios. Ustedes lo saben —continuó Seth—. Y me gusta pensar que soy más bien un mánager hábil al frente de un grupo de especuladores despiadados que un rey con un feudo que defender. Quizá porque la historia nos enseña que los mánagers se salvan mientras que a los reyes les cortan la cabeza.
Muchos se rieron del chiste, sobre todo Kyle que adoraba la filosofía sencilla y aguda de Seth. Tan sólo Landon permaneció con el gesto torvo, de pie junto a la puerta, porque lo sabía, sabía desde hacía días lo que iba a suceder. Se podría decir que estaba fuera de control, pero tonto no era.
—Es por esto que creo que, cuando hace falta escoger al líder de un equipo, hace falta razonar como mánager y no como rey.
Aquellas palabras fueron seguidas de un silencio total. Desde hacía meses, los chicos del clan y sus afiliados se lamentaban de la marcha de las cosas. Se habían roto muchos acuerdos y el tema de los residuos no acababa de arrancar tan bien como habría debido. Los cadáveres que habían dejado tras de sí eran ahora demasiados.
—Landon.
Al oír las palabras de su padre, el chico se dio la vuelta. Tenía los ojos rojos de tanto beber y un gesto amenazador. Se acercó hasta la mesa tal y como se esperaba de él, disimulando la rabia ciega que no le había dejado pegar ojo en toda la noche.
—Te enseñé a disparar cuando tenías nueve años —dijo Seth con un deje de nostalgia en la voz—. Eras un niño despierto, preciso, sabías hacerte respetar. Eras un auténtico Townsed.
Landon permaneció impasible. Se sabía aquella historia de memoria, pero sus recuerdos no guardaban la misma imagen que conmovía a su padre. De aquellos días recordaba sobre todo el miedo. Y que cuando Kyle llegó a casa de sus padres, todo lo que hacía pasaba a estar en segundo plano. Seth había olvidado quién era su hijo y quién no.