Capitulo 22

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No parecía que en su cuarto viviera un chico.

 Cada cosa estaba colocada en un sitio preciso, siguiendo un orden y una cierta estética. Junto a la ventana había una pared entera que estaba cubierta de estanterías que llegaban hasta el techo. Casi todos los volúmenes que albergaban eran ensayos de arquitectura o monografías de artistas importantes. Un único estante contenía la colección de revistas de coches y motos.

 La cama, de plaza y media, estaba cubierta por un edredón azul y algunos cojines celestes a juego. El olor a nuevo apenas hacía mella en

 El aroma de Kyle. Eleanor se contempló un segundo en el espejo del armario y no se reconoció. En sus oídos todavía retumbaba el sonido de los disparos y la invadía una inexplicable sensación de euforia.

 Kyle, pistola en mano, encendió el equipo de música y puso en marcha el CD que había en el lector.

 Dark side of the moon, de Pink Floyd.

—Es mi disco favorito —dijo, mientras las notas de «Breathe» inundaban la habitación.

 —Hubo un tiempo en que lo odiaba —confesó Eleanor, sorprendida de que les gustara la misma música—. Pero hace año y medio que no escucho otra cosa.

 Kyle fue a sentarse junto a ella, en la cama. Le rodeó los hombros con el brazo y cerró los ojos, escuchando las palabras de la canción, que se habían transformado en una plegaria.

 —¿Cómo se puede odiar esta música? —preguntó.

 Eleanor dio marcha atrás en el tiempo. A la noche en la que Jack estaba preparándose para salir de marcha. Ella estaba en su habitación con algunas amigas y le había gritado que bajara aquella estúpida música porque no les dejaba escuchar la radio.

 Habían discutido, ella le gritó, él se marchó dando un portazo. Entonces, Eleanor entró en la habitación de su hermano y, en un arrebato de rabia, cogió el CD de Dark side of the moon y lo partió en dos. Después se arrepintió, sí. Tenía pensado disculparse, pero Jack nunca más volvió a casa. La única vez que lo volvió a ver fue en el tanatorio, inmóvil y rígido, con los labios lívidos, tendido en el ataúd.

 En su cabeza retumbaban las palabras que le había escuchado a su padre en un descuido: «Estaba en mitad de un lago de sangre...». Había seguido imaginándose la escena hasta que, ante la necesidad de hacer algún gesto que la acercase a su hermano, había ido a comprar un nuevo CD. Y lo había escuchado de principio a fin. Por lo menos un millón de veces.

Pero no fue eso lo que le contó a Kyle.

 Se levantó de la cama y le tendió la mano.

 —Vamos a bailar.

 Él la cogió por la cintura con un solo brazo —el otro descansaba en el costado, la pistola en la mano— y Eleanor apoyó la cabeza contra su pecho. Se movieron lentamente siguiendo un ritmo distinto al de la canción, como si fueran al compás de las palabras en lugar de al de las notas.

 Porque cuanto más vives más alto vuelas

 Pero sólo si cabalgas la marea

 En equilibrio sobre la ola más alta

 Hacia una tumba prematura te encaminas.

 Bailaron la mayor parte del disco. Después, Kyle empujó dulcemente a ­­­Eleanor sobre la cama e hicieron el amor en silencio.

                                                                 ***

Kyle escuchó el ruido de un coche aproximándose por la carretera. Siempre alerta, acostumbrado a moverse deprisa, se puso en pie de un salto y lanzando maldiciones.

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