Capitulo 12

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Desde una esquina apartada, sentada en la sombra de un pino, Eleanor observaba el caos a su alrededor. Eran las diez de la mañana y el polideportivo estaba inundado por el sol y rebosante de estudiantes de los institutos de bachillerato de la ciudad y de profesores que trataban de agruparlos según el color de sus gorras.

 Vio a la gente de su clase cerca de la línea de salida, Cherly pegaba saltos de impaciencia en medio del resto, la melena al viento. Kyle no estaba entre ellos. Vestido como siempre, en vaqueros y cazadora, estaba sentado en las gradas junto a unos pocos espectadores, padres y profesores en su mayoría. Tampoco llevaba aquella estúpida gorra, tan sólo las gafas de sol. Eleanor lo observaba, protegida por las plantas y flores en la zona verde que bordeaba la pista, y sentía un nudo en el estómago.

 Llevaban cinco días sin intercambiar palabra. Kyle iba al instituto asiduamente, al contrario que de costumbre, pero teniendo en cuenta la determinación con la que se aislaba, para el caso como si estuviera ausente. En la única ocasión que Eleanor había intentado comunicarse con él, con la excusa de devolverle el distanciómetro, olvidado en su mochila, él había respondido con un lacónico «Gracias Becket».

 A continuación, había continuado con su trabajo de dibujo.

 Al salir de la clase, Eleanor lo había visto un par de veces subir al coche de un chico mayor, un chico con pendiente y cadena de oro al cuello que parecía tener convulsiones a juzgar por lo mucho que se movía y gesticulaba. Los había visto discutir airadamente, antes de que el gran todoterreno negro desapareciera al final de la calle.

 En cualquier otro momento de su existencia, Eleanor habría mantenido las distancias con Kyle sabiendo que relacionarse con un elemento como aquél le traería problemas seguro. Pero ahora no le importaba. Repasaba los pocos instantes en lo que no habían existido barreras entre los dos, en la capilla, en el hospital, y sentía que su frialdad tenía que ser pretendida.

 En ese instante, Kyle  se quitó las gafas de sol y miró en su dirección. Eleanor sintió que el corazón le daba un vuelvo y se apretó contra el tronco del pino, intentando mimetizarse con la corteza todavía más. Por los altavoces oyó una voz que anunciaba el comienzo inminente de la carrera de relevos, solicitando a los participantes que se uniera a sus equipos lo antes posible.

 Eleanor se levantó con desgana, con la gorra azul en la mano, y caminó en dirección a sus compañeros, respondiendo al gesto de saludo de la profesora de Educación Física.

 Había intentado correr despacio durante los entrenamientos y las pruebas de selección, porque llamar la atención era la última cosa en el mundo que la hacía feliz. Pero puede que por la rabia o por el cansancio de fingir una cosa más, sus resultados habían sido mejores que los de las demás. Eleanor sabía correr, Cherly estaba que no se lo creía.

 —¿Cómo es posible? ¡Eres la persona más estática que conozco! —había exclamado, sudorosa y jadeante después de que la hubiera dejado atrás sin esfuerzo.

—Me estoy entrenando para fugarme —había respondido ella. Y Cherly le había preguntado ya al menos un millón de veces qué quería decir.

Probablemente esperaba que se tratase de una fuga de enamorados, a pesar de que le había repetido que no era más que una broma. Si hubiese sabido lo mucho que sus conjeturas se alejaban de a verdad —fugarse por amor con un ex convicto que no parecía interesado en las chicas, pero que un día se había dejado llevar por la pasión y prácticamente se había abalanzado sobre ella— se abría quedado tan decepcionada que Eleanor había evitado desilusionarla.

  Iba a salir con el último relevo, y la profesora le había dicho que las esperanzas de su equipo estaban puestas en sus piernas. Tendría que recuperar el terreno perdido por sus compañeras y tratar de llegar en primer lugar a la meta. Mientras tanto, Kyle la miraría desde las gradas junto a la línea de salida. O quizá no la miraría en absoluto.

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