—No te tocaré.
—No me importa. Me basta con que no huyas.
Se habían encontrado en el patio, durante el recreo, sentados tras un muro que protegía un tramo de las escaleras, delante de una puerta que nunca se abría.
—De todas formas —añadió Eleanor—, Siempre puedo tocarte yo.
—No te lo permitiré.
Eleanor sonrió, estaba mintiendo. Alargó una mano hacia él y le acarició la oreja derecha. Luego bajó por el cuello y le cogió el mentón, alzándolo un poco.
—Podría besarte —le dijo.
Kyle la cogió por la muñeca, pero no la apretó. La cogió entre los dedos como quien sostiene algo frágil y precioso.
—No estoy bromeando, destrozo todo lo que toco.
Eleanor le soltó la barbilla y, con la mano, le apartó algunos rizos oscuros que le caían sobre la frente. El pelo le crecía formando ondas en torno a la cara y espeso en la nuca, como una pequeña tormenta negra.
—Por cómo me miras nadie lo diría —comentó ella con un suspiro—. ¿Es eso lo que te ha pasado en la mejilla?
—Soy una especie de planta carnívora —dijo Kyle sin responderle—. Hermosa por fuera, pero mortal si te acercas.
Eleanor se puso de pie de un salto y lo miró desde lo alto. Él levantó la cabeza, en un gesto que lo mostró vulnerable por un instante.
—Siempre me repites lo mismo, pero no quieres explicarme qué significa.
—No puedo. No quiero.
—Está bien, entonces no me lo cuentes —exclamó Eleanor—. Pero creo que te has hecho una idea equivocada de mí.
—Ah, ¿sí?
—Sí. Tú quieres protegerme de no sé qué —dijo ella con fervor—. Lo que no sabes es que no hay nada que proteger. Por dentro me siento... me siento destrozada. Puedes decirme lo que quieras, puedes ser como quieras, yo no saldré huyendo. No tengo ningún motivo para hacerlo.
Kyle le dirigió una sonrisa escéptica:
—¿Sabes lo que veo delante de mí?
—A Eleanor Becket —dijo ella con ironía, estirando los brazos.
Al escuchar el apellido de Eleanor, el rostro de Kyle se ensombreció un segundo. De repente se acordó de que aquello no era un juego, que cada gesto que él hacía, cada palabra que pronunciaba, le conducía en una dirección precisa: la dirección equivocada.
—Veo una chica melancólica —continuó—, que no desea estar con el resto de la gente y que guarda en su interior un dolor secreto. Lo sé, lo presiento. Pero no quiero saber qué es. Lo que más me interesa es que no vaya peor. Que pueda volver a sonreír, a vivir a la luz del sol.
—¡La luz! —exclamó Eleanor con una risa triste—. ¿Qué te has creído? ¿Qué hay de bonito en la luz? No es más que un engaño. En las sombras sabes que no puede sucederte nada peor, que has tocado fondo y sólo es cuestión de tiempo que todo el mundo acabe allí. Porque nos toca a todos, tarde o temprano.
Kyle apretó los labios. Habría querido decirle que no era cierto, pero no tenía ni idea, hacía tanto tiempo que vivía en las sombras que nunca se había dado cuenta de lo tranquilizador que podía llegar a ser. Se pasó una mano por la cara y se puso en pie para enfrentarse a Eleanor.
—Tú que sabes lo que significa vivir a la luz del sol, ¿por qué no deseas volver? —le preguntó—. A mí, que nunca he conocido otra cosa en la vida, me cegaría. Poder ser cualquiera, hacer lo que quisiera. Imposible. ¿Pero tú? Tú sí que tienes esa posibilidad.