Capitulo 27

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—Estoy seguro de que, cuando pase un tiempo, tú también convencerás de que esta es la mejor solución para todos.

 Eleanor miró a su padre con escepticismo y recogió la maleta del suelo, dispuesta a montarse en el tren que la llevaría lejos de allí para siempre.

 ―Saluda a tu madre de mi parte ―añadió el juez―. Nos veremos pronto.

Hizo ademán de darse la vuelta pero Eleanor lo llamó.

 ―¿Papá?

 ―¿Sí?

 ―Ten cuidado, por favor

Él asintió con una sonrisa triste.

 ―No te preocupes. No hace falta estar en el lado de los malos para saber pelear.

 Eleanor lo vio partir, mientras las puertas de su vagón se cerraban. No se sentó en su sitio hasta que desapareció en el interior de la estación, ya con el tren en marcha

 Sentada en su asiento, no se fijó en las personas que se movían a su alrededor, charlando, sacando revistas y reproductores Mp3. Tras la  ventanilla discurría la que había sido su ciudad por unos meses, de la que se llevaba recuerdos imborrables para el resto de su vida. Milán le iba a resultar distinta y quién sabe si ahora la rechazaría o la aceptaría.

 ***

―Te está sonando el teléfono ―un hombre sentado junto a ella le había rozado el brazo, despertándola. No era consciente de haber cerrado los ojos ni de que el móvil le hubiera sonado. A juzgar de por la insistencia con la que lo hacía, Eleanor  supo que era su madre. Logró pescarlo dentro de la mochila que tenía entre los pies y aceptó la llamada.

 ―¿Mamá?

 ―¿Has salido ya? ―le preguntó desde el otro lado del aparato―. Acabo de hablar con tu padre.

 ―Llevamos media hora de camino ―respondió Eleanor, somnolienta. Le picaban los ojos tras la noche de insomnio. Se había quedado en la terraza, envuelta en el edredón, para ser testigo del nuevo amanecer. La última aurora.

 ―Iré a recogerte a la estación ―comentó su madre.

 ―No hace falta, cogeré el autobús.

 Al llegar, necesitaría estar un rato consigo misma para reponerse y aceptar el hecho de que estaría de nuevo en el punto de partida, con los mismos problemas sin resolver y muchas, muchísimas heridas.

«Seguimos siendo los mismos, allá donde nos vayamos. »

 ―¿Estás segura?

―Sí.

 ―Bueno, entonces que tengas buen viaje.

Cuando colgó, el tren estaba aminorando la velocidad y las dos señoras sentadas frente a ella se estaban levantando para bajar.

 ―¿Tú también bajas aquí? ―preguntó el hombre sentado a su lado. Eleanor lo miró fijamente, tenía los ojos tan rasgados que parecían rendijas y los labios delgados.

 ―No, voy a Milán ―le respondió.

 Sintió que algo rígido le apretaba el costado, a través del jersey.

 Bajó la mirada y vio el cañón de una pistola. El hombre la sostenía de modo que no se notase, escondida en la maga del abrigo, bajo la mesita que había ante ellos.

 ―Pues yo diría que esta es tu parada.

 ―Yo no... ―exclamó Eleanor, pensando en ponerse a gritar.

Die TogetherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora