Capítulo 4

116 11 2
                                    

El sol se posaba triunfante en el cielo derritiendo la poca nieve que quedaba. El aire se sentía cada vez menos frío y su débil brisa desprendía la exquisita aroma de los arboles a nuestro alrededor. Estábamos sentados en las bancas esperando la clase de educación física, absorbiendo la agradable calidez que nos brindaba el día.

-¿Qué harán hoy?-, la voz de Pablo me distrajo. Había pasado por desapercibido que hoy era viernes, la semana se había ido como agua entre los dedos.

-¿Tú que harás?-, preguntó Liora al momento.

-Pues se me ocurría que podríamos ir a algún lugar a cenar o reunirnos en alguna casa-, Pablo se encogió de hombros.

-¡Suena grandioso! Creo que es buena idea salir y dar una vuelta a la ciudad para que las chicas conozcan-, Eva parecía más entusiasmada que nosotras.

-¡Jóvenes!-, los gritos del profesor nos hizo sobresaltar,- formen dos filas y comiencen a trotar, necesitan ejercitar esos músculos congelados. ¡Rápido!-.

Todos comenzamos a trotar con desgana, a decir verdad era abrumador sentir el aire helado en tus pulmones, pero al mismo tiempo se sentía liberador. A lo lejos se podía ver a otros chicos corriendo tras un balón de fútbol y por otro lado a las gimnastas. Entre ellas a Natasha. Era una imagen de las típicas películas americanas que habíamos visto Loira y yo. Parecía que dirigía una clase de coreografía acrobática. Era increíble como todas las chicas se parecían, tenían el mismo cuerpo delgado y definido, ropa exageradamente ajustada y exceso de maquillaje. Para mi mala fortuna, su mirada encontró la mía. En sus ojos vi un total desagrado, como si viera algún animal muerto o algo así. A decir verdad, no me intimidaba para nada, pero tampoco era tolerable percibir su descontento.

-¡Quiero ánimo jóvenes!-, la personalidad del profesor era tediosamente hiperactiva, tanto, que juraba iba a provocarme una migraña.

-Hey  tú "Flamita" y tú "Músculos", vayan por los balones-, nos señaló a Pablo y a mí.

-¿Flamita?-, le susurré a Pablo.

-Parece que así te ha bautizado de ahora en adelante-, gire los ojos al cielo, ¿a caso podía ser más odioso?

-¿Sabes en dónde están los dichosos balones?-.

-Sí, vamos-.


Pablo era un chico muy agradable. Hablaba mucho, pero no me molestaba escucharlo en absoluto. Era el mayor de tres hermanos, su padre trabaja en bienes raíces y su madre estaba dedicada al hogar. De vez en cuando, ella cocinaba pasteles para eventos o reuniones. Según él le quedaban deliciosos.

Le dimos la vuelta al campus y entramos por la parte de atrás. Delante de nosotros estaba la cancha de baloncesto. Era absurdamente amplia y reluciente, tanto, que podías ver tu reflejo en el piso de madera. En los costados varias filas de bancas llegaban casi a tocar el techo. Podía imaginarme a toda la escuela reunida en este enorme lugar. Habían chicos por todos lados, unos calentando, otros haciendo tiros a la canasta y algunos probándose una clase de uniforme.

-Espera aquí, voy por los balones-, Pablo se metió en una puertecilla que estaba justo por debajo de las bancas.

No pasaron ni dos segundos cuando una voz me sobresaltó. -Hola-, al girar un chico de altura imponente y cabellos cobrizos me veía de pies a cabeza, sus ojos color miel y sus esparcidas pecas le daban un aspecto delicado a sus facciones varoniles.

-Hola-, dije mientras me miraba sorprendido, parecía que mis ojos iban a seguir siendo un espectáculo a la vista. Que irritante.

-Edgar Doskas-, me tendió la mano. Su voz me sobresaltó por completo, era algo que no me esperaba.

LuminiscenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora