Cap. 16: Caracas en los Años 20 (4)

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Pero voy a reseñar en primer término algo que tiene relación con el trago, o sea el frito, puesto que en aquellos ventorrillos se expendía.

Pues bien, sobre el mostrador de madera, en una punta cubierta por hojalata a fin de que no se quemara, veíase un rústico anafe, de esos que todavía usa la gente pobre, fabricado con la base cuadrangular de una modesta lata de gasolina. En el anafe colocaba el mismo pulpero una sartén con abundante manteca de cerdo, y en ella ponía a freír trozos pequeños de hígado, bofe y bazo de res. Esto es lo que se llamaba frito. (En Ecuador se acostumbra algo parecido, pero de cerdo, elemento común en la dieta popular en la América Latina. Es lo que los mexicanos llaman carnitas).

El frito, caliente o frío, lo comíamos los muchachos, y por supuesto, también los viejos, acompañándolo generalmente con una hallaquita. Valía un centavo cada frito, y otro centavo la hallaquita, de modo que con una locha todavía le podían dar a uno un traguito de café negro o medio vaso de guarapo. Lo cual, según la necesidad, podía constituir un puntal o un almuerzo. Recuerdo que cerca de la vieja Escuela de Artes Plásticas, en un ventorrillo que se llamaba La Hormiga, fueron muchos los pintores y escultores de la generación de Rengifo y Poleo, común a la nuestra, de los músicos Castellanos, Añez, Urea, que pasaban tal cual día con una o dos visitas a La Hormiga y su frito...

Me acuerdo muy bien, además, que los sabrosos trozos de frito los pasaba el pulpero por un plato que contenía sal molida mezclada con pimienta, de manera que constituían un riquísimo pasapalo y por tanto, ocasional alimento gustado por los bebedores de cañandonga...

Hay algunas frases populares relacionadas con este asunto. Una de ellas, símil de buscar la vida, o la arepa, es la de buscar (o bregar) el frito. Y otra, la de ser un güele frito, es decir, un don nadie, un pobre diablo, se refiere a aquellos pobres hombres carentes hasta de una ínfima locha, quienes debían conformarse sólo con el olor, de donde el dicho.

El frito se fue, como tantas otras cosas genuinas de Caracas, con la introducción de las bebidas finas y los modernos pasapalos, pero sobre todo, debido a la evolución económica, que determinó la extinción de los viejos ventorrillos propicios a la bohemia y trasunto de vida provinciana. No obstante, algunas muestras quedan de las típicas ventas de antaño. Ahí vemos, por ejemplo, en la foto de la Esquina de Solís, una venta de cachapas, hallaquitas, queso de mano y chicharrón, y a su lado, por pedido nuestro, detenido unos segundos el hombre de las escobas, con su carga al hombro.

Quedan también en nuestra capital las ventas de majarete y tequiche, de chicha, de pan de horno y dulces tradicionales como los coquitos y las conservas de coco. Se acabaron en cambio, los bollitos de cambur con queso y pelota. Ambas eran golosinas dulces envueltas en hojas de plátano y que vendían a centavo. (Recordamos un chiste de Leo: Dos muchachitos se encuentran, y uno le dice al otro; Mi mamá trabaja en conservas. ¿Y la tuya? - En *******, le responde el otro...)

Buen filón para recordar la Caracas del año 20 es también el de los arepiteros. Estos eran vendedores que se situaban en las esquinas con dos perolas de forma cilíndrica, grandes, las cuales contenían, una, el agua para lavar las tacitas y cucharillas, la otra, más grande y dividida por dentro en dos compartimientos, café negro y leche hervida. Ambos compartimientos tenían por fuera una llavecita de media vuelta como las de agua, para dejar salir el líquido. Ahora no recuerdo bien, pero creo que este depósito tenía además en la parte de abajo un pequeño compartimiento para carbón encendido, con el objeto de mantener las bebidas calientes. En la parte superior, dicho perolón tenía un compartimiento al aire, del tamaño de todo el cilindro, que servía para colocar las fritangas con lo que los compradores acompañaban su café negro o con leche. Estas fritangas - todavía fabricadas en el presente aunque ya desmejoradas - eran las arepitas y empanadas. Ambas se hacían de masa de maíz, pero las arepitas eran de dos tamaños y sabores: dulces unas, otras de sal; y las había de a centavo y de a locha. Las mejores arepitas dulces eran las de a locha, y las distinguía un tenue y delicioso aroma a ajonjolí. En cuanto a las empanadas eran de queso y carne; estas últimas se rellenaban con un guiso como el de la "ropa vieja", o sea, carne mechada frita con aliños; además, llevaba este guiso un punto de azúcar, que lo hacía todavía más sabroso.

Había arepiteros fijos, estacionados diariamente en las esquinas de Caracas, desde las 5:30 de la mañana hasta las 8:30 más o menos, y por la tarde desde las 2 hasta las cinco y media o seis. Recuerdo uno en la esquina de Padre Sierra, bajo el alero de la casa en que se decía que había nacido Miranda; otro de Torre a Gradillas, estacionado con un carrito en la acera de la Catedral; otro en la acera del viejo Ministerio de Hacienda, en la esquina de Carmelitas, y recuerdo bien los que rodeaban el mercado principal. (Otro chiste de Leo: un hombre parado frente a un arepitero le dice a éste: Dame un café de a puya pa completá... ¿Pa completá el medio?, le pregunta el arepitero. - No, pa completá el desayuno, le responde el hombre). Y era que el café se vendía a locha el "con leche pequeño" y a medio el grande, pero una tacita de café negro valía una puya... ¡Dichosos tiempos!

Estas ventas fueron arrasadas, naturalmente, por el aumento del tráfico y muchas cosas más. En la actualidad, los chinos son los únicos herederos de esas fritangas y aquellos precios, en una Caracas donde vale un real una modesta tacita de café con leche pequeño, según lo fino del sitio y las agallas del expendedor.

Las ventas ambulantes de chicha fueron otro importante aspecto de los recursos económicos populares, porque existían en Caracas no menos de 10 o 12 chicheros con sus carritos en cada parroquia, recorriendo las calles y vendiendo vasos de chicha de arroz. Varios de ellos expendían también el riquísimo carato de ajonjolí. Ambas bebidas, la chicha y el carato, se servían bien heladas por trozos de hielo introducidos en ellas. El vaso de chicha o carato costaba una locha, y se podía exigir mezclado de carato y chicha. Digo que estas ventas eran un recurso económico importante, porque de ellas vivían quienes fabricaban y vendían, que eran los mismos chicheros; y por otra parte, para el pueblo eran un recurso alimenticio y refrescante esas ventas, a la vez que recurso barato al alcance de cualquier bolsillo. El guarapo era otra bebida que se expendía helada en las pulperías o en las fruterías, era también muy popular y barato, pues valía un centavo el vaso. (Muchas veces un vaso de guarapo y una "torta burrera", calmaban el hambre de cualquier muchacho y hasta de un hombre). El guarapo lo hacían los mismos pulperos, con papelón, y poniendo a desangrar dentro del recipiente que lo contenía, varias conchas de piña bien lavadas. (El gobierno determinó su extinción aduciendo que era antihigiénico. Pero nadie se enfermó nunca por tomar ese guarapo, sino por las aguas del mal acueducto, sobre todo en el mes de mayo. Daban ese nombre de "mayo" a las diarreas típicas de ese mes del año. Después vino la Coca-Cola).

Por último quiero decir algo sobre los restaurantes. Los había sobre todo, de carácter popular, nada elegantes, porque quienes deseaban algo mejor iban siempre a los hoteles. En aquellos restaurantes lo que llamaba la atención aún en esa época, era la baratura de los precios, pues cualquier persona podía comer con muy poco dinero. Esos precios eran (más o menos así):

Hervido de res Bs. 0,25
Hervido de gallina 0,75
Caraotas negras 0,25
Arroz blanco 0,25
Carne mechada 0,50
Espaguetti 0,50
Asado (carne guisada) 0,50
Chuletas de cochino 0,50
Carne con papas 0,50
Tajadas de maduro 0,25
Hallaquitas (dos) 0,25
Café negro o con leche 0,12 ½ (una locha)

Y en cada mesa de los restaurantes había una lista de esos precios a disposición del público. Por toda la ciudad, por las esquinas, siempre había uno o dos de esos establecimientos. Y de acuerdo con los precios, bien se ve que una persona con dos bolívares podía quedar bien comido en 1922. Esos precios no se modificaron sino a partir de 1930 más o menos, en que empezaron a subir, cuando el establecimiento de restaurantes más lujosos, que exhibieron las primeras refrigeradoras y aparatos modernos de confección de alimentos, vinieron a determinar un cambio económico signado por el auge de la etapa petrolera.

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