♪ Heridas y Brabucones

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Narra Harry, xx.

Sumido en el océano que eran sus ojos, miraba inmóvil y con la cabeza ladeada, a mi nuevo tutor; Louis Tomlinson.

No podría estar más agradecido de que me haya tocado una persona tan linda de compañero, además de que yo tenía experiencia con los ciegos porque mi ex-mejor amigo, Zayn, lo era.

Siempre se quejaba de que todos le hablaban como si él supiese la manera en la que lucían las cosas, al recordar esto, quise describir para Lou todo el panorama escolar lo mejor posible, dándole detalles de lo que hacía cada persona y de como era, como se veía. Suponía que había echo un buen trabajo debido al beso que el castaño depositó en mi "rosada y redonda mejilla de muñeca pepona", como decía mi madre Anne.

Todo esto pensaba sin dejar de observarlo cuidadosamente, hasta que el timbre sonó (aunque no sonó para mí, pero supe que lo había echo por la alarma vibradora que tengo en mi reloj), y recordé que tenía que llegar lo antes posible al salón para así escoger un asiento al final de la clase y evitar que los estúpidos chicos de intercambio me molestasen.

Mi hermana, Gemma, se había metido al comité estudiantil hace algunos años cuando este programa comenzó, para así hacerme sentir más cómodo. El año anterior, tipos de intercambio sin-discapacidades capaces de leer lenguaje de ceñas habían venido a la escuela, con el propósito de ayudar a los mudos y sordos con el tema de la comunicación, y tipas con pre-licenciatura en no-tengo-idea-de-qué-cosa, para cuidar a los ciegos y los retrasados.

El punto es que tanto ellas como ellos resultaron ser unos bravucones de primera, que se dedicaban más a molestar e incluso golpearnos a algunos de nosotros, y nadie hacía nada, ya que ellos pagaban para asistir a esta escuela y a los directivos les convenía.

¿Lo peor de todo? Éste año van a volver, y estoy seguro de que lo harán más fuertes y agresivos que antes.

Al recordar esto me paré, tan velozmente que creí que caería, y salí corriendo por los pasillos, lleno de culpa por haber dejado al hombre del cabello emplumado solo, sin nadie que lo ayudase a entrar.

De todas formas, creo que le había dado la información suficiente como para que se moviese tranquilo por la escuela, o al menos hasta su siguiente clase.

Entré al salón, exaltado, respirando tan pesadamente que creí que mi corazón escaparía por mi pecho y oh, mierda, era demasiado tarde.

"Hola zorra" logré leer en los labios del muchacho que había echo de mi vida y la de Zayn un infierno diario. Y sonreía, el maldito sonreía.

Sonreía con todos los dientes, dejando ver malicia entre cada uno de ellos. Imaginé truenos y relámpagos detrás suyo, haciéndolo lucir como todo un villano de película.

A su lado, el chico que siempre estaba de acuerdo con todo lo que el otro decía. Nunca se oponía a nada, pero tampoco creo que estuviese de acuerdo. Él probablemente tenía miedo.

Como quiera que fuese, él estaba ahí. Y él sonreía. Él era Liam, la razón de muchas de mis pesadillas y noches de insomnio. La razón de la mitad de los cortes que decoran mi cuerpo. La razón de los moretones en mis costillas. La razón de que Zayn me haya dejado. La razón de su expulsión.

Quería enfrentarlo. Quebrar todos y cada uno de los huesos que moldean su perfecta cara. Pero no podía, porque era débil y él fuerte. Porque era inútil, y él sobresaliente. Porque era sordo, fracasado e inservible, eso era lo que me habían dicho siempre.

Dejé mis brazos descansar a los lados de mi cuerpo, y apreté mis puños. Cerré mis ojos con fuerza y giré mi cabeza hacia mi lado izquierdo, pegando mi mentón a mi hombro para protejerme del golpe para el que me preparaba.

Él carcajeó, y el rubio a su lado solo dio una risita nerviosa. Y es que, la verdad, es que era patético.

Patética la manera en que le permitiría que me destroce, como lo había permitido cada una de las veces anteriores, porque solo no sé que más hacer.

Yo respiraba rápido, mi pecho subiendo y bajando desesperado mientras él se acercaba más y más a mí.

Rió fuerte una vez más, y puso su frente contra la mía cuando estuvimos lo suficientemente cerca, diciendo con sus manos "Te extrañé".

Sentí un espasmo recorrerme el cuerpo cuando su aliento se mezcló con el mío, olía a cigarros viejos. Sus ojos estaban tan clavados en los míos que creí que los perforarían, y solo enseñó sus dientes una vez más antes de empujarme, con toda la fuerza de sus dos brazos, hacia atrás.

Haciendo mi cuerpo girar sobre uno de los pupitres bajos y caer hacia atrás, en el centro de un círculo de mesas, donde golpeé mi cabeza por el piso.

Mi pómulo sangraba fervientemente por un corte generado con el alambre proveniente de una silla rota. 

Pero lo que dolía más no era mi cuerpo, sino mi corazón, al saber que existía gente que estaba tan herida que necesitaba torturar a otros, para sentirse mejor.






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