Cinco.

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Camino a la base de datos, Byron nos contaba cómo tenía planeado hacer: asesinar a las pocas personas que quedaban trabajando allí, pero dejar una con vida para torturarla hasta quitarle toda la información. Luego lo asesinaríamos y nos largaríamos del lugar.

Pero lo que no pensamos era que nos estaban esperando y prepararon una trampa, logrando que quedemos bañados en "efedra" tal como lo llamaban aquellos científicos y nos debilitó por completo. Habíamos terminado los tres atados en sillas, y así nos encontrábamos desde hace una hora.

―¡Hey, Freddy Krueger! ―grité llamando a un hombre que se parecía bastante al personaje de la película― Suéltame que tengo tortícolis.

―Muérete entorticolada. ―contestó gracioso. Parecía de veinte, vaya, dos años más que yo. Era rubio y de ojos marrones. No era mi estilo, y si lo fuera, ya estaría casada con Byron.

―Idiota. ―escupí. Las sogas con las que habían atado nuestras muñecas estaban cubiertas de esa planta llamada efedra*, y cada vez que tironeaba para soltarme, quemaba como caminar bajo el sol.

―La efedra es la debilidad de los vampiros. ―comentó Byron― Quita todas las fuerzas que un vampiro tiene y podrían matarte si te pescan como ahora.

―¿La efedra y qué más? ―pregunté en susurros apretando mis ojos y haciendo fuerza para soltarme, pero no había caso. Era imposible.

―Y el sol. Tú puedes caminar bajo el sol con una pastilla que proviene del chamico*, y andar como un humano cualquiera.

Fruncí el ceño.

―Pongo el chamico en tu desayuno todo el tiempo, tonta. ―sonrió, pero esa sonrisa duró menos de un segundo. Fue reemplazada por una expresión de cansancio, tomando el papel de un hermano mayor regañando a su hermana pequeña― ¡Ya para, Cassandra! Así no lograrás absolutamente nada, ¿sí?

Asentí con la cabeza volcando los ojos. Fruncí los labios aguantando el gemido de dolor cuando Freddy Krueger clavó una jeringa en mi brazo para sacarme sangre.

―¡Ya somos vampiros, no es necesario hacernos muestras para convertirnos en esto de nuevo! ―volví a gritar. Kale me pateó.

―Cállate. Te van a encerrar en una celda, y no queremos eso.

―¡Me vale madre!

Dos hombres vinieron y en un abrir y cerrar de ojos, me inyectaron una jeringa con efedra y mi mundo volvió a ponerse negro.

Por segunda vez en la semana.

Bostecé abriendo los ojos. El frío suelo había dejado mi trasero congelado y duro, sin poder mover las piernas, las cuales estaban paralizadas.

Suspiré volcando los ojos y reposé mi cabeza en la pared. Algún día vendrían a buscarme, ¿cierto? A menos que ya estén cansados de mí y se larguen.

No creo, Kale moriría sin mí.

―Apagaría su humanidad por mí. ―sonreí con ego. Miré hacia el techo y caían gotas de humedad que se perdían en el enorme charco que había en el suelo. Bajé la mirada hacia mi vestimenta. Mis borcegos marrones estaban mojados y la suela se estaba despegando, llevaba un short que tiempo atrás había sido azul y una remera de tirantes blanca.

Esta ropa la había conseguido de un departamento que Byron robó una noche, mientras yo miraba películas de vampiros en Netflix (con un servicio completamente gratis) y burlándome de las mentiras que decían, cuando él se alimentaba/disfrutaba del banquete que una rubia había hecho para él.

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