Catorce.

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Cargué mis maletas con furia en el coche. Gracias a Dios mi hermano pudo encontrar nuestro coche cerca de la universidad de Megan y ahora recuperamos nuestras adorables pertenencias.

Luego de la estúpida decisión de mi hermana, nos vimos obligados a marcharnos de aquél lugar y retomar la vida nómade que teníamos.

Me senté en el asiento copiloto mientras Kale conducía. Byron iba en el asiento trasero bebiendo una bolsa de sangre como si fuese un batido. Dejé caer mi cabeza contra el cristal y llevé la mano a mi frente por el dolor. Mi hermano -comenzó a reírse y le señalé el dedo del medio.

Ahora nos dirigíamos hacia alguna parte del país, no sabíamos dónde, porque claro, los nómades van a cualquier parte. Con tal de tener sangre, camas y un coche, nosotros éramos felices.

Kale frenó de golpe cuando una vaca se cruzó por nuestro camino. Abrí la boca indignada. En serio, ¿una vaca? ¿Cruzando a paso de hombre por la angosta ruta mientras prácticamente buscábamos escapar de mi padre y de Riggs?

―Córrete, vaquita. ―le gritó Byron. Volqué los ojos y suspiré. Probablemente estaríamos media hora esperando a que la vaca embarazada termine de pasar. Pero no fue así, su manada también cruzó y para aliviarse del tráfico que estos animales estaban haciendo, Kale se metió por un callejón.

Fruncí el ceño al caer en la cuenta de que habíamos terminado en una pequeña ciudad en Dakota del Sur. Era una ciudad urbana de trabajo, con hermosas montañas y un aire que agradaba respirar. Kale aparcó en la entrada de un departamento y Byron bajó para hablar con los dueños de éste. A los minutos, apareció con la llave de la habitación y una sonrisa decoraba su rostro.

Una vez que bajamos todas las cosas, elegí mi habitación. Aquí nos quedaríamos por un largo tiempo hasta que las cosas se compliquen. Hasta podría inscribirme en la universidad a estudiar alguna cosa para ganar tiempo.

Dicho y hecho: a Byron le pareció una idea bastante buena y los dos hombres también se inscribieron en la universidad de Medicina.

Y realmente era un lugar enorme. Tenía tres largos pasillos con las aulas de estudios. De seis materias que cursábamos para el ciclo biomédico; Byron, Kale y yo sólo coincidíamos en tres de ellas: anatomía, biología celular y fisiología.

―Hola ... ―le hablé a una joven en recepción. Ella se estaba pintando las uñas de... ¿los pies?― ¡Hola!

―¿Disculpa? ―preguntó alzando una ceja. Sonreí.

―Disculpas aceptadas. ―bufó volcando los ojos― Quería saber dónde está el aula de Biofísica.

Ella buscó algo en su escritorio y me entregó un mapa junto a un permiso de entrada tarde.

―La clase comienza ocho y media. ―me miró y luego a su reloj― Y son las nueve y cuarto.

―Gracias por tu adorable atención. ―le agradecí y antes de irme, miré con desagrado sus pies― Oh, y para pintarte las uñas, primero deberías curarte los hongos.

Cuando por fin terminé de recorrer el pasillo que se encontraba vacío y hallé la clase de la materia que me tocaba, toqué la puerta.

―Adelante. ―dijo el profesor. Entré y me encontré con aproximadamente treinta estudiantes. Vaya, vaya. El anciano me observó de pies a cabeza y bufé sin disimulo― ¿Tu nombre?

―Cassandra. ―escuché una carcajada en el fondo del aula. Tensé la mandíbula ignorando las carcajadas. Sí, odiaba mi nombre, pero de seguro el nombre del que se reía de mí era peor.

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