Diez.

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Alcé mis cejas al ver a Byron cruzar la puerta de mi habitación con una torta de chocolate en sus manos y dos velas formando el número 19 sobre ella. Fruncí el ceño.

―¿Cómo sabías que hoy... ―miré la fecha― once de diciembre es mi cumpleaños?

Kale se tensó a mi lado. Él estaba ayudándome a guardar mi ropa en la maleta ya que terminó un rato antes de guardar la suya.

―¿Qué están escondiendo? ―los cuestioné a los dos. Byron bufó y le dio un empujón a Kale. Éste se encogió de hombros.

―Te diré la verdad. ―dijo Kale― Byron es...

Alcé una ceja.

―Es... ―lo ayudé o lo alenté a que termine la frase.

―¡Estuve observando tu Facebook! ―gritó Byron con desesperación― Sí, lo observé, y de ahí supe la fecha de tu cumpleaños.

―Pero no te tengo en mi lista de amigos. ―cerré el cajón. Pude observar que tragaba saliva con lentitud. Sonreí cruzándome de brazos.

―Oh, vamos. ¿Vas a ponerte a pensar en eso o soplar las velas? ―preguntó cansado.

―Yo dejé de envejecer hace cinco meses.

―Y yo hace dos años. ―dijo― Vamos, felices diecinueve.

Soplé las velas y besé las mejillas de los dos hombres para luego abrazarlos.

―Y tu regalo, ―hablo Kale besando mi frente― será una fiesta universitaria. Sin límites.

Vaya que de a poco comenzaba a gustarme el hecho de cumplir años.

Tomé una lata de cerveza de la barra y salí a tomar aire. El cielo estaba nublado y las nubes amenazaban con hacer caer un par de gotas. Me senté en el cordón de la calle y suspiré destapando la lata. El hecho de cumplir años me ponía nostálgica, recordando cada momento de mi infancia y adolescencia antes de convertirme en lo que soy ahora.

Ya no me simpatizaba tener que lastimar a personas tan sólo para alimentarme. Hoy me mantuve al límite. Tampoco me fue muy difícil convencerme para controlarme, ya que no tenía ni un poco de ganas de mostrar mis colmillos.

Le di un sorbo a mi cerveza y la lancé lejos. Hasta la lata de cerveza parecía tener más vida que un vampiro. La observé caer sobre el techo de un coche y a los segundos su alarma comenzó a sonar. El dueño salió de la fiesta y corrió hacia su pertenencia. Me fulminó con la mirada y yo sólo me encogí de hombros.

―¿Intentaste robar mi coche? ―me preguntó furioso tomándome del brazo. Fruncí el ceño y con fuerza, me zamarreó logrando que caiga al suelo. La ira creció en mí y lo tomé de la camiseta, estampándolo contra su preciado y horrible auto.

¿Qué estoy haciendo?

¿Qué estás haciendo, Cassandra?

Monstruo.

Tomé mi cabeza con las manos, soltando al tipo, quien echó a correr. Las lágrimas amenazaban con salir, pero hice fuerzas para no soltarlas. Giré mi cabeza hacia un rincón donde unas mujeres se reían de mí.

Podría matarlas e incluso torturarlas, pero me negué a hacerlo. Eso me haría un monstruo, mucho peor del que soy ahora. Apreté los ojos y corrí.

Corrí lejos de la universidad, donde se desarrollaba la fiesta. Limpié mis lágrimas sin dejar de correr por el oscuro callejón. Nunca deseé esta vida, jamás. Ni aunque haya visto una película de vampiros me interesó entrometerme y por curiosidad, investigar sobre estos seres. ¿Qué irónico, no?

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