Veinticuatro.

782 85 0
                                    

Tomé el mensaje de Jon como una amenaza. Él había intentado matarme y al mismo tiempo me salvó, pero fue como una especie de oportunidad.

Es decir, "la próxima te asesino así sin más".

Cuando me recuperé del golpe en la cabeza y el agujero que la enfermera me había hecho en el estómago, me cambié y decidí marcharme de ese lugar. Llevando una vida nómade quizá pueda sobrevivir por más tiempo, y creo que también me ayudaría a encontrar a quiénes busco.

Suspiré guardando mis pertenencias en la mochila de exploradora que tenía. Me deshice del bolso que Hayley me había dado y compré algo más grande. Guardé la ropa y en especial la comida. Miré con tristeza las botellas de efedra mezcladas con agua. ¿Cómo no podía hacerme mal eso si se supone que soy mitad vampiro?

Digo, ¿qué sucedería si bebo un trago cuando mi parte vampira está luchando por salir a la superficie?

Persuadí esos pensamientos y salí a la calle. El frío estaba poniéndose insoportable pero mis abrigos me ayudaban un poco a sobrellevarlo. Las calles estaban oscuras y silenciosas, a excepción de mis pasos firmes. Miré la hora en mi reloj de mano: 03.25 de la madrugada.

Estás loca, Cassandra.

Y mi consciente no se equivocaba. ¿Quién saldría a semejantes horas de la madrugada, siendo buscada por medio mundo?

Sí, Cassandra sin Apellido.

Me había decidido a llamarme sólo Cassandra. No es que odiara el apellido, ya que él no tenía la culpa, pero un tal Jon lo había arruinado. Jon Dawson.

Metí las manos en mis bolsillos y me paré en seco cuando pasé de largo un callejón sin salida. Dentro de él, escuché un grito desgarrador seguido de un cuerpo caer al suelo. Me asomé y observé en el techo de uno de los edificios a un animal parecido a un lobo, alejarse de la escena.

Busqué la linterna en mis bolsillos e iluminé la zona donde había caído el cuerpo de la mujer. Ella tenía los ojos abiertos y me sobresalté al ver aquello.

Era idéntica a mí. Sus ojos, su cabello, sus rasgos. Incluso su cuerpo. Cerré sus ojos con mi mano y apagué la linterna retrocediendo con lentitud. Ahora más que nunca necesitaba alejarme de ese lugar.

Di la vuelta para echar a correr. No me importaba si llamaba la atención, claro que no. O era mi vida, o eran los chismes de los vecinos a la mañana siguiente.

Recordé el mapa de la ciudad en mi mente. Según la calle que había tomado, tenía que doblar en la próxima hacia la derecha. Aminoré el paso y a punto de doblar, fui sorprendida por éstos animales.

Tragué saliva y retrocedí lentamente. Ellos me gruñían y lo único que deseaba era que se vayan y me dejaran vivir al menos unos días más.

La duda que me carcomía la cabeza ahora, en este preciso instante, era de dónde habían salido. Parecían tan reales que la idea de haber sido creados por los científicos me resultó estúpida. Hasta que uno de ellos se lanzó sobre mí e intentó morderme. Sus ojos se encontraron con los míos por un segundo, y aproveché para sacar una estaca de mi campera. Se la clavé en el cuello y luego de unos alaridos, murió. Los demás lobos seguían gruñéndome, y no bajé la guardia hasta que giraron la cabeza. Al fondo de la calle, un vampiro estaba acosando a una mujer. Iba a clavar sus colmillos en el cuello de la mujer cuando fue interrumpido por éstas cosas, quienes lo mordían hasta que lo asesinaron.

Reprimí un grito cayendo en la cuenta de que sí, habían sido creados por los hombres de mi padre con el único fin de asesinarme a mí...

Y a los vampiros.

Eché a correr hacia la parada de colectivos sin detenerme a respirar. Un colectivo se estaba por marchar y me planté frente a él, llamando la atención de su conductor. Abrió las puertas y subí sin dudarlo, hasta que recordé que debía darle un pasaje.

La idea de hipnotizarlo recorrió mi mente por un fugaz segundo. El hombre, un pelirrojo y con unos kilos de más, me miraba insistente. Si bien Jon nunca me nombró cuáles fueron los atributos que me quedaron vigentes de mi vida vampira, no quedaría demás intentar convencerlo. Probablemente mi parte sobrenatural esté luchando en ese momento y logre hacerlo, pero corría peligro de todas formas.

―No tengo pasaje. ―lo miré fijo― Pero dejarás que me suba al colectivo y...

Giré la cabeza observando por el parabrisas a los lobos acercarse.

―Dejarás que me suba al colectivo y conducirás lejos de esos animales. ¿De acuerdo? ―él asintió con la cabeza y una sonrisa triunfante apareció en mi rostro.


A PositivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora