Veintiocho.

711 80 0
                                    

―¡Jon! ―gritó Harrison acercándose hacia mí. Andy, el otro vampiro, venía corriendo tras él. Era extraño que ninguno de los dos esté empleando su velocidad vampírica. Le eché un vistazo a Holland, quien sonreía observándolos.

―¿Qué les pasa? ―pregunté con rudeza. Andy corrió la bufanda de su cuello y observé una cicatriz. Fruncí el ceño y miré interrogante a los dos― ¿Qué han averiguado?

―Encontramos a Cassandra. Ella estaba con su hermano y el otro. ―asentí con la cabeza maldiciendo para mis adentros. Ellos estaban juntos nuevamente― Íbamos a asesinarla, pero dos lobos se interpusieron entre nosotros. ―tragó saliva― Y mordieron a Andrew.

―¿Y cómo es posible que no esté muriendo? ―preguntó Riggs cruzándose de brazos. Le di una mirada de soslayo y continué prestándole atención a las noticias.

―La cura a la mordida de lobo es su sangre. Cassandra clavó dos jeringas extrayéndole gran parte de su líquido y luego la inyectó en la herida que ocasionaron los animales. ―contestó Harrison mirándonos. Riggs se había acercado a nosotros y me llevé la sorpresa de tenerlo a mi lado.

Ambos teníamos la misma altura y la misma edad. Si alguien nos ve juntos por primera vez, pensaría que somos mellizos. Conozco a Riggs desde que teníamos cuatro años, íbamos juntos al kindergarten y continuamos así el resto de nuestras vidas.

―Sucede que tu adorable hija ―comenzó a decir mi amigo―, tiene el mundo en sus manos.

―¿Qué mierda dices? ―le espetó Andrew. Riggs le dio una mirada fulminante.

―Cassandra no va a dejar de investigar hasta que encuentre lo que necesita: la cura al vampirismo. Yo no creé ninguna cura para la mordida de los lobos, y estábamos seguros de que no existía. Pero ella la descubrió.

Llevé una mano a mi barbilla, pensativo.

―Y si creemos que no hay cura para el vampirismo, ella la encontrará y muy pronto. ―continuó Riggs― Es por eso que tenemos que exterminarla rápidamente antes que comience con su trabajo.

Miré mi reloj. Eran las cuatro de la tarde.

―¿Hacia dónde se dirigían? ―dije cambiándome el guardapolvo de científico y tomé un par de armas: pistolas, estacas, efedras. Lo justo y lo necesario.

Andrew miró a Harrison.

―Estaban en Phoenix, Arizona. No sé dónde estarán ahora. Tardamos tres días en regresar aquí. ―suspiró tomando un fusil. Puse mi mano sobre su brazo y él sonrió― Yo iré con ustedes.

―Le prometiste que no la asesinarías, Andrew. ―dijo Harrison acusándolo. Él volvió a sonreír.

―Escucha una cosa, Harrison: aquí no hay otra opción más que salvarte a ti mismo. Estamos muriendo, y no podemos cuidar a los enemigos.

―Cassandra salvó tu vida.

―Lo sé, ¿sí? ―masculló― Pero yo acabaré con la suya. Los buenos actos no se cuentan a la hora de asesinar.

Sonreí caminando hacia el coche de Holland Riggs. Esto no tardaría mucho, es sólo un disparo, dos estacas y un poco de efedra para debilitarlos. Luego, podríamos seguir creando a nuestros vampiros y un banco con la sangre de los lobos, por si acaso.


A PositivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora