Diecinueve.

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Desperté en los brazos de Kale. Él roncaba, lo que significaba que estaba dormido profundamente. Levanté la cabeza y me encontré en una cama matrimonial bastante bonita, con sábanas blancas de seda y cortinas de la misma tela. Tenía puesta la misma ropa de la última vez que estuve despierta, así que no sabía cuánto tiempo había estado dormida.

Apoyé los pies en la fría madera del suelo. Un dolor de cabeza me invadió y volqué los ojos. Me dirigí a la puerta de la habitación y me encontré con Byron preparando algún que otro desayuno con esa pastilla llamada chamico. Creo que mi hermano en lugar de estudiar Medicina debería haber estudiado Cocina, ya que tenía dotes culinarias innatas. Era un dios en la cocina.

―Buenos días. ―murmuré sentándome en la mesa. Byron se sorprendió y de la desesperación lanzó el panqueque, el cual voló hacia el techo quedando pegado. Alcé la mirada y puse los labios en desaprobación.

―Mierda, Cassandra. ―murmuró mientras saltaba intentando despegar el inocente panqueque. Kale apareció rascándose la nuca sin camiseta, dejando su abdomen a la vista. Dejé caer la mandíbula y antes de controlarlo, Byron le lanzó un panqueque al pecho de Kale y abrí los ojos como platos. Él gimió de dolor y frunció el ceño― ¡PONTE UNA CAMISETA AHORA!

―¡Lo siento, lo siento! ―gritó el otro. Definitivamente éste lugar parecía una cárcel. Kale dio la media vuelta y regresó a ponerse una camiseta. Pobre chico. Fulminé con la mirada a mi hermano, quien me servía un plato de panqueques con dulce de leche y aunque no quería admitirlo, lo amaba. Amaba sus celos. Es más, si pudiera, moriría de risa en este instante.

Una vez que terminé mi desayuno, me levanté de la mesa y me di un baño. Otra cosa buena de éste departamento era la enorme bañera que tenía como ducha. La llené hasta arriba y me metí suspirando relajada. Por fin llegaba el momento del día donde podía pensar en mi vida y atar cabos en mi mente.

Los demás no quisieron decirme dónde estábamos. Esa era una de las dudas que me carcomía la cabeza. Podría usar el GPS de mi celular, pero no había señal aquí. También me hicieron dejarlo en el departamento de Dakota del Sur ya que nos iban a rastrear y acepté sin rodeos. Otra de las dudas era: ¿por qué nos buscaban ahora?

Sentía que algo malo pasaría, pero sin embargo lo dejé de lado. Si algo tenía que pasar... tan sólo pasaría, ¿no?

Suspiré nuevamente y tomé aire hundiéndome en el agua. Había veces que deseaba ser humana y otras no. Amaba ser vampiro sobre todo cuando podía vengarme de los que me hicieron daño. Pero odiaba tener que lastimar a personas, porque en el pasado yo fui una de ellas. La vida se me pasaba por los ojos una vez más.

Cada vez que recordaba momentos de mi infancia, ya no me dolía la cabeza. El efecto de la droga ya se había ido y eso me parecía genial. Aunque parte de mí deseaba no recordar demasiado. Básicamente mi vida desde los cero a siete años se basó en discusiones, golpes, gritos, dolor...

Salí a la superficie tomando una bocanada de aire. Sequé mi rostro con la mano y llevé mi cabello mojado hacia atrás. Enrollé las piernas y me acurruqué contra la pared.

Sentí que golpeaban la puerta y me callé al instante. Era Byron.

―¿Cassie?

Abrí los ojos como platos y tragué saliva hablando con frialdad. Perdóname hermano, interrumpes un momento privado.

―¿Qué quieres?

―¿Por qué te tardas tanto? ―preguntó nuevamente. Volqué los ojos levantándome de la bañera y pasé una toalla por mi cuerpo. Abrí la puerta sacando la cabeza hacia afuera y suspiré. Sonrió al verme― Bueno... Kale y yo saldremos al parque. Está frente al departamento, si necesitas algo sólo llámame. ¿De acuerdo?

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