25. Caminando por la vida

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22 de febrero de 2016

Voy con tiempo por lo que prefiero ir en metro para ir la empresa en vez de en taxi. En realidad no sé muy bien qué es lo que he venido a hacer aquí por lo que iré a hablar con el supremo para que me oriente un poco.

No me cuesta mucho encontrar el edificio; la parada de metro está frente a él.

Al entrar, doy mi nombre en recepción. Me indican que el Señor di Rosi me espera y que debo subir hasta el último piso en donde está su despacho.

De camino al ascensor, observo a los trabajadores que se mueven de un lado a otro sin cesar. El ambiente es muy parecido al que hay en la sede de España.

Cuando el ascensor para en el último piso, salgo de él y camino por un largo pasillo hasta que llego al despacho del jefazo.

- ¿Señorita Callaghan?- me pregunta sentada detrás de una mesa una mujer de unos cuarenta años.

Asiento.

- El Señor di Rosi la espera- me dice.

- Gracias- le contesto y llamo a la puerta antes de entrar.

Cuando abro me encuentro ante un gran despacho, presidido por una mesa de madera de roble. Tras ella se encuentra el jefazo que me hace un gesto para que me siente en una de las sillas que están frente a él.

- Bienvenida, Señorita Callaghan- me dice sin perder la formalidad.

- Gracias, señor.

- No me gusta andarme con rodeos así que mejor vayamos al grano- me tenso en mi asiento.- Usted está aquí para resolver el lío que ha montado- no me gusta que nadie me hable de esa forma pero tratándose de quien se trata, me aguanto y me callo.

- ¿Y qué es exactamente lo que debo hacer, señor?

- Usted sabrá, ¿no? Creo que ya es mayorcita para saber qué es lo que debe hacer- no sé si tengo la suficiente paciencia para aguantar las ganas que tengo de tirarle el pisapapeles que hay sobre la mesa a su cabeza cuadrada.

- Si no me dice lo que tengo que hacer, yo no puedo dar más de mí- contesto entre dientes.

- No sé si se lo he dicho, pero si no resuelve esto estará despedida- eso me pone en alerta,- y, sinceramente, no creo que en su país las cosas estén como para poder permitirse ese lujo- dice con aires de superioridad.

- Como si aquí no os fuese de pena también...-murmuro.

- ¿Cómo dice?- pregunta frunciendo el ceño.

- Nada, nada, que tiene usted razón.

- Ya, eso era lo que suponía haber oído- dice reclinándose en su asiento y yo me muerdo la lengua- me ha oído perfectamente-.

No digo nada y él me observa. Su mirada me intimida pero yo no bajo la mía. En un momento dado, en lo que parece no llegar al segundo, creo ver en su mirada un rastro de tristeza, aunque no sé el porqué. Acto seguido, vuelve a ponerse firme.

- Ha tenido suerte, le he puesto las cosas en bandeja. No lo estropee- me dice.- Pasado mañana se organiza una gala benéfica para recaudar fondos. El presidente de la cadena de hoteles Tiziano estará allí. Su trabajo se limita a conseguir que reconsideren su decisión de mandarnos a la mierda y nos den una última oportunidad. Yo os presentaré.

- De acuerdo, señor- asiento.

- No sé si es consciente de la cantidad de dinero que está en juego en esta transacción. No la cague.

- No lo haré- digo seria.

Odio que pongan en duda mi profesionalidad.

- Eso espero, puede retirarse. Mi secretaria le enviará un correo con todos los detalles. No es necesario que mañana se presente aquí- vuelvo a asentir y me pongo de pie.

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