Objetos que nunca caerán del cielo como una lluvia de adioses
I
Infelizmente cautivo en el reino de los olvidos imposibles, los objetos de la soledad y el silencio llegan a él como un viento céfiro que se abre paso entre los árboles y la piel de la vida natural. Es más, él se los encuentra en cada esquina que bordea el viento y en cada ola de un mar oleaginoso que desea besar la opalescencia de la luna. Se los encuentra, en aquel finísimo instante de tiempo que es como un torbellino de brevedad infinita, en aquel secreto reflejo donde no hay segundos ni minutos pero se canaliza la eternidad y en cada mirada albeada de una estrella dulce y recién enternecida. Se los encuentra, por aquí o por allá, flotando como si nada sobre una de las lágrimas del amanecer y en todos los místicos reflejos que han alimentado un momentáneo espejo de agua. Se los encuentra, cada día, cada mañana y cada noche, entre la erracidad de lo fugaz y la inexistente culpabilidad de este tiempo que nos consume. Se los encuentra, sin falta, en el alma que ayer decidió fugarse como si nada de su propio cuerpo.
II
Los objetos de la soledad y el silencio buscan almas otoñadas, el juego matutino de la brisa entre el césped, esos instantes alucinados en los que no hay luna pero la noche sueña con ella, el rincón más frágil del alma, la nublada esperanza de una incertidumbre cósmica, esos latidos del corazón que poseen una única idea como inquilina y alguna que otra sábana hecha con las entretelas apetaladas del cuerpo suavísimo de una antigua flor.
En suma, los objetos de la soledad y el silencio, esos mismos que se hallan desperdigados por los rincones más melancólicos de la existencia, buscan los rítmicos hechizos de las olas de la vida, los buscan con el único fin de hacerse eternos mientras sumen a la existencia entera en una espesa bruma. Los buscan para configurar su propia alma sobre el estrecho parquet sobre el que reposa la más desesperada de las nostalgias y el más incierto de los infinitos.
Sí, su alma, es decir, el alma de los objetos de los que hemos estado hablando hasta el momento, es el alma que surge tras la más tierna calcinación de un sueño.
III
Son muchos y muy variados los objetos de la soledad y el silencio (unos objetos que como bien se puede suponer, nunca caerán del cielo). El Piano de la incertidumbre, desde luego, es uno de ellos.
El Piano de la incertidumbre, por cierto, es un enorme piano de cola y teclas de marfil con mirada de nostalgia. Un piano con el cual se pueden tocar esas lívidas y sórdidas melodías tan propias de esos espacios vacíos que se encuentran entre una estrella y otra.
Por eso, bajo un cielo de ámbar y una luna nacaradamente hermosa, la música de aquel viejo piano bien puede arreglárselas para incrustar una profunda y abismada tristeza en forma de un océano lirico y lacrimal dentro de mí.
IV
Un diario viejo e inacabado, unos anteojos que ya no le sirven a nadie, un leve olor a tiempo ahogándose en sí mismo o en la forma de algunos cuantos retazos que no son sino fotos amarillentas, una muñeca de trapo que ha perdido sus ojos o alguna que otra carta de amor que nunca le será entregada a persona alguna, entre muchos otros objetos de similar silencio, no son sino olvidos que de cuando en cuando miran al pasado.
Son la suma de todas las noches que han bañado una sola soledad.
Son los objetos de la soledad y el silencio, que están ahí, es decir, en la existencia, para que el infinito no padezca de inanición.
V
Pero no hablemos tan solo de los objetos de la soledad y el silencio. Hablemos también de la poesía.
Recordemos que la poesía bien puede ser como una espada de luz, una espada que puede llegar a cualquier parte del corazón y cortarlo.
Digamos que en medio del ballet de una niebla vertiginosa, ella, es decir, la poesía, bien puede darle voz a algún objeto que se resiste a decirnos adiós y puede hacer que dicha voz se vaya en las faldas de alguna serpenteante y coqueta brisa.
Sí, de vez en cuando una brisa serpenteante nos trae voces de personas que nos llaman, que nos llaman con todo su corazón, aun cuando dichas personas no nos conocen.
De vez en cuando, mientras la noche aletea en medio del silencio, nos tropezamos con alguna cosa que nos recuerda a alguien que nunca estuvo con nosotros. Alguien que se pudo disfrazar de recuerdo. Alguien que no permanece con nosotros en forma de persona. Alguien que nunca caerá del cielo pero que de alguna u otra forma puede estar viajando a través de él.