Escribo en el aire una palabra sin signos, quizá una figura geométrica que sea capaz de unir dos latidos, dos promesas, dos miradas que escapan de sus respectivas almas. Un viento sutil, y luego, un torbellino verde azulado que se funde con la emanación de un suspiro y que como el amor mismo se supone que mueve montañas y pinceles mientras yo sigo escribiendo en el aire en medio de la indecisión de los segundos. Y me pregunto, ¿sería su amor en aquel mundo de torbellinos y suspiros algo imposible? ¿Podría sobrevivir allí un sentimiento de complicidad escasamente esbozado y que se sostiene apenas por una leve promesa? Lo único que sé es que ella posee una hermosa y cándida sonrisa de luna en cuarto creciente, que en sus ojos se puede apreciar qué tan verde es el color del tiempo, que su alma, especialmente cada que se me queda mirando y me solicita que la invite a salir, es cálida, tierna, atemporal y sumamente sencilla y eso la engrandece. En suma, un amor imposible enhebra en el aire una bella y serpenteante melodía de vida la cual tomaré al menos como inspiración, como guía para seguir escribiendo en el aire fantásticos poemas. Como dicen por ahí, a veces es tan lejos lograr ser y tan cerca, en cambio, poder soñar.