Ningún lucero se dirige a ninguna otra parte que no sea una mirada. De hecho, sobre la inmovilidad más fantasiosa y lumínica de la tarde un lucero inspira a un alma que vive errando sentires y a un sueño que se desliza suavemente por el horizonte. Tomo entonces la llave que abre una puerta sumamente misteriosa y arropada por múltiples delirios y distintas capas de sueños de entrega y arrojo. Cruzo sin pensarlo aquella puerta misteriosa y me encuentro en una casa llena por completo de espejos alucinados donde se presiente la silenciosa balada de la luna y un singular réquiem de ánimas que se cuela entre la magística almibarada de los ojos mismos de la existencia. Luego, no pasa mucho tiempo para que me dé cuenta de que en aquella casa de espejos alucinados se presenta una intensa fuerza simbólica que me advierte que todo lo que allí hay no es sino el reflejo de mí mismo en aquellos espejos que, al cabo de un rato, me doy cuenta de que son espejos desnudos, la renacida corteza de las ilusiones más transparentes y una poesía que habla su propio idioma como si de un grupo de mirlos que se arremolina de repente en el cielo se tratase. En suma, espejos que me invitan a pintarlos ya sea con esa sed de espacio que tiene la luz, con el color de una lágrima que mientras cae se mantiene al margen del tiempo, o con la melodía de un horizonte que se expresa en la certeza de un fulgente y apasionado beso de amor, o qué sé yo, yo no soy el dueño de los espejos de aquella casa, ni siquiera de mis propios espejismos personales. Ahora, si detallo un poco más, sabré que aquellos espejos están desnudos de todo reflejo por lo que no me reflejan a mí sino a mis secretas pasiones, y en este marco de ideas, aquellos espejos no hacen otra cosa más que invitarme a pintar los bocetos del alma, sirviéndome para ello de una llave a un silencio místico y una ventana al vacío mismo de mi ser. Una ventana que me sumerge en los rumores de la luna y en las caricias de un relámpago, y quién sabe si en la ruta de una estrella fugaz que cruza el horizonte y se dirige hacia el sueño de quien estas líneas lee.