Hoy, bajo la sombra tersa de la realidad, no morirá ningún suspiro en cautividad. Esos aromas que se convierten en suaves y frugales sentidos, indudablemente son ejercicios para una luna sonámbula entre precipicios que se desenvuelven bajo una incierta y airosa luz y sus resquicios. Se dice que hay un límite ante cada decisión, que una sabiduría ancestral reside en el mismo corazón. Se dice que el valor del guerrero se mide en la fuerza con que ama. Amar al mundo es la esencia que da intensidad a la mirada, entre todas las canciones del alma, y el baile repentino y oleaginoso de las brisas interiores. Siempre tejo mis propias razones.
Siempre hay una noche que titila en la memoria, unas pestañas soñadoras pueden inspirar a la victoria. Una pulsión de hipersensibilidad de quien confía en el futuro, se expresa en una mano extendida o golpeando un muro, que cohíbe la libertad. La lejana sensación de una caricia como última verdad. Una lluvia ligera y menuda de verano, cierro mis ojos y al infinito extiendo mis manos.
Y he aquí mi revolución, el pensar a través de mi canción que muchos aman al mundo por pura convicción, en la atractiva fantasmagoría de saltarse toda convención. El corazón siempre pluralizado, posee en su pensar el más exquisito cuarzo cristalizado, y en su sentir la suavidad de un interminable océano de vida, y a partir del silencio de la más desapercibida melodía se expresa una huraña apatía, pero los ojos de la noche se alían con el día, para conjugar el torbellino de la vida. El enérgico guerrero y su grávida herida, a la muerte desafía y ahorra saliva, mientras decide amar sin importar lo que le digan, en medio de una exaltación de cercanías, el hechizo de un susurro es noche vibrátil para la pasión escondida. Somos fuego encendido por la luna, las estrellas y sus melodías. Somos el trasluz de un olvido siempre presente, los pliegues de una verdad iridiscente.