Cuando un suspiro toma la forma de un lenguaje secreto y silencioso, es capaz de rastrear un sentir innominado o un rumor en el agua, tan sutil, como el canto de los grillos, tan prometedor, como la tarde incipiente, tan sinuoso, como las caricias que trazan callejones con columnas inconclusas de pasión, y tan suave y prolongado, además, como un incierto bosque de recuerdos. Sí, hay lenguajes que encandilan sin palabras y sin formas pero que cobijan al alma con un nombre.