Una insospechada trama de existenciales pulsaciones

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La infinitud que resulta de nuestros abismos combinados justo por debajo de los ecos de un espacio que ya no existe, traspasa la infinitud que tejen los hilos de una incierta remembranza henchida al viento. De ello me di cuenta bajo la dulzura melodiosa y ya lejana de una tarde de sol alegre aunque a punto de abandonar el horizonte. Una tarde que me reveló que el lugar en el que nacen las olas se mueve con ellas, ya que dicho lugar es como la mirada, es decir, siempre sigue aquello que cree que es su destino. Por eso, a veces, solo a veces, en la irrealidad de todo lo irreal, una mirada es el único beso posible para el tacto del alma humana. Una mirada que es capaz, de hecho, de brindarme el sabor del arco iris, las más bellas flores del cielo, una vida crepitantemente inusitada y un almibarado corazón de terciopelo. Una mirada que es capaz de brindarme todo ello y mucho más, poco antes de que el sonido de mi voz más interior salga de mi silencio. Sí, poco antes de que dicho sonido salga para llenar los caudales del entorno, y para trazar algunos cuantos bocetos de humanidad. Una mirada que me revela que Dios ocultó la única palabra que define al universo bajo una hoja de árbol que se precipita con suavidad y ligereza hacia el suelo, o quizás hacia la Nada. Una mirada que es como un espejo de música, una ruta al frenesí, el manantial donde se asoma el infinito o como la exacta mezcla de luz y sombra que da lugar a la existencia.

Intensificaciones de un alma extasiadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora