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Minho paseó la vista por las pantorrillas de Key hasta el chal rojo, que volvía a llevar atado a la cintura. Se había quitado el traje mojado y se había puesto de nuevo la blusa blanca, que estaba empapada por delante. Minho se preguntó si habría tendido los boxers en el lavabo, como el día anterior.

Key se había puesto una gorra de béisbol y había pasado el pelo por la tira trasera. Tenía una caña de pescar entre las manos. Ató dos anzuelos a cierta distancia el uno del otro, en el extremo del sedal, y los dejó caer al agua. Después de soltar hilo durante unos diez segundos, accionó la palanca para bloquear el carrete.

Minho le observó el perfil: tenía los ojos entrecerrados detrás de las gafas de sol de color azul y una expresión decidida en los labios. Era obvio que intentaba demostrarle que sabía pescar mejor que él. Minho se mordería la lengua antes que admitir que no le costaría mucho demostrarlo. Key echó la punta de la caña hacia atrás y la dejó caer de nuevo. Minho imaginó que esos cebos atraerían la atención de algún bacalao, algún besugo, o lo que fuera que viviese allí abajo.

Con naturalidad, Minho recogió su sedal, haciendo girar el carrete suavemente, hasta que el cebo apareció por la regala.

-¿Has cogido algo? -le preguntó Key, aunque saltaba a la vista que no.

-Sólo han mordido un poco el cebo. -Minho se levantó de la silla y se dirigió a la caja de pesca.

Key levantó el extremo de la caña y volvió a bajarlo.

-Ah. ¿Puedo hacerte algunas sugerencias?

-No -contestó Minho. Cortó el cebo de su sedal y buscó alguno de esos anzuelos emplomados que Key había atado al suyo-. Pero si necesito algún consejo sobre cómo hacer un traje de baño, te lo pediré.

A pesar de ser un lanzador excelente, Minho había pescado exactamente dos truchas de agua dulce en toda su vida. Veinte minutos antes no tenía interés especial en pescar alguna pieza. En el yate había comida suficiente para unos cuantos días. Pero ahora Minho se sentía atrapado en un reto no declarado y no estaba dispuesto a dejarse superar por un chico mimado, y menos aún por ése.

Minho era un hombre. Un hombre que comía carne. Key era modelo de ropa interior y tenía un minúsculo perro chillón. Minho había sido miembro de la sexta unidad de las Fuerzas Especiales de la Marina en la época en que ésta capturó a media docena de dictadores y capos de la droga. Minho había participado en la planificación y el rescate del presidente de Haití Jean Bertrand Aristide, y cuando la unidad seis fue desmantelada, el Grupo Naval de Desarrollo de Técnicas de Guerra Especiales lo reclutó para dirigir un escuadrón de asalto antiterrorista. ¿Qué dificultad podía tener para él pescar un pez más grande que Key Kim?

Minho depositó la caña de pescar en el soporte de la silla. Sus calzoncillos estaban a punto de secarse, así que se dirigió al camarote y se vistió con los pantalones cortos que llevaba el día anterior. En la cocina, para desayunar, se decidió por unas uvas y las últimas barritas de cereales que quedaban y salió a cubierta.

Cuando se acercó a ellos, tanto Key como el perro giraron la cabeza hacia él. La brisa marina jugueteaba con el dobladillo del chal que llevaba a manera de falda. Mientras Key, sin moverse de su puesto, continuaba izando y bajando el extremo de la caña, el perro saltó del asiento y siguió a Minho hasta la silla. Cuando éste se sentó, el perrito se le subió a las rodillas.

-¡Eh! -exclamó Minho, y apartó al perro a su muslo izquierdo. Se sacó del bolsillo las barritas de cereales y le lanzó una a Key. A continuación, abrió una de miel y salvado, partió un trocito y se lo dio al perro. No soportaba el hambre. Ni siquiera el hambre de ese ridículo perro que se encontraba en su regazo.

Key lo revela todo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora