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Key se metió entre las sábanas de la cama de matrimonio y se tendió de costado. No era un provocador. Minho lo había besado y él le había correspondido, le había devuelto el beso. Era Minho quien tenía las manos largas. Había sido tan rápido que Key casi no se había dado cuenta de que le desabrochaba la camisa. Ni siquiera sabía qué estaba haciendo hasta que se la había bajado por los hombros. No, no era un provocador. Era un chico sensato.

Por otro lado, Key no había mantenido las manos exactamente quietas. Pero es que Minho ya tenía la camisa desabrochada. El único lugar donde Key había podido apoyar las manos era el musculoso pecho de Minho... y su abdomen. Vale, se le había escapado un poco la mano, pero eso no lo convertía en un provocador. Minho deliraba.

Se tumbó de espaldas y se cubrió los ojos con el brazo. Después de esas dos últimas noches, acostarse en una cama con sábanas limpias era como estar en el cielo. Se esforzó por apartar los pensamientos sobre Minho y, mecido por el vaivén constante del yate, enseguida cayó en un profundo sueño. Pero ni siquiera en sueños pudo escapar de Minho por completo. Soñó con él, soñó que sus labios y su boca lo arrastraban a una montaña rusa de sensaciones.

–Key.

Él abrió los ojos en la oscuridad del camarote y, al no ver nada, volvió a cerrarlos.

–Despierta, Key.

–¿Qué? –gruñó.

La luz del salón se colaba a través de la puerta abierta e iluminaba la esquina de la cama, así como las pantorrillas y los pies de Minho. Se ha puesto los tejanos negros y las botas; estaba de pie con las piernas abiertas.

–Tienes que levantarte.

–¿Qué hora es? –preguntó Key, pero enseguida recordó que no tenían forma de saberlo.

–Has dormido unas cuantas horas.

Key se incorporó e inmediatamente se dio cuenta del violento cabeceo del yate.

–Nos ha pillado una tormenta –le dijo Minho–. Tienes que ponerte un salvavidas.

–¿Es fuerte?

–Si no lo fuera, no te habría despertado.

–¿Dónde está Baby?

Minho se inclinó hacia delante y depositó a Baby encima de la cama. El perrito saltó a los brazos de Key y, en ese momento, una ola golpeó la portilla y el barco se escoró súbitamente hacia un lado. Key miró por las pequeñas ventanas redondas, pero no vio nada. El pánico le subió por la columna hasta la cabeza.

–¿Vamos a hundirnos?

Él no contestó, y apartó bruscamente las sábanas.

–¿Minho?

En el otro extremo del camarote, Minho encendió la luz. Tenía el pelo mojado y aplastado contra las sienes y llevaba un impermeable amarillo.

–¿Quieres la verdad?

En realidad no, pero Key pensó que era mejor saber la verdad que quedarse especulando.

–Sí.

–Las olas tienen una altura de entre dos y tres metros, y sopla un viento de unos quince nudos. Si tuviera forma de gobernar el barco no sería grave, pero el yate va a la deriva como un corcho.

Como para confirmar esas palabras, una ola estalló contra la cubierta de babor. El Dora Mae se ladeó hacia estribor y las luces parpadearon. Minho, se agarró a la puerta, Key y Baby rodaron hasta el borde de la cama.

Key lo revela todo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora