Lo que restaba de año pasó a cámara lenta para mí. Me sentía como en una especie de burbuja, observando desde ella lo que pasaba a mí alrededor, pero sin poder traspasarla.
Te veía siempre. En algunas clases nos encontrábamos, y aunque no te miraba, sabía que tú sí lo hacías, lo sentía. En el comedor no te volviste a sentar con nosotras y mis amigas preguntaron qué había pasado; no supe qué decirles, simplemente les expliqué que era complicado.
Complicado. Esa palabra nos ha definido siempre.
Y como por arte de magia, sin siquiera percatarme, ya nos encontrábamos terminando ese año escolar. Me estaba acostumbrando a estar lejos de ti, así que supuse que las vacaciones serían el punto final a todo, que después de eso recordar tu nombre no dolería tanto.
Eso nunca pasó.
Me estaba atormentando a mí misma pensando en ti, rememorando tu voz, tu risa, tus ojos, tu cabello castaño... Tú, tú eras mi tortura propia, la más placentera de todas.
Pero creía que yo era la única la que se estaba martirizando. Por alguna razón, pensaba que no era posible que tú también estuvieras en mi condición, compartiendo conmigo ese suplicio.
Sin embargo, me hiciste ver lo contrario cuando un día me llamaste.
Me llamaste.
Yo quedé muda.
Tú te reíste y luego te disculpaste. Comenzaste a hablar y lo único que podía sentir era el constante latido de mi corazón en mi pecho mientras escuchaba tus palabras. Dijiste que habías sido un idiota, que debiste aclarar de una vez por todas lo sucedido ese día. Me contaste que aquella chica solo te estaba preguntando algo sobre... nosotros. Ella vio lo que pasó el día en el que me besaste en frente de todos y quería saber cómo estaba lo nuestro. Lo nuestro.
Qué tonta, ¿eh? Me había comportado como una tonta. Sin embargo, dejaste a un lado mis múltiples disculpas. Ya era cosa del pasado.
En ese momento comprendí que debí haber confiado en ti. Entendí que sacar conjeturas por una simple escena era algo inmaduro. Debí hablar contigo. Había... perdido tanto tiempo sin ti y me arrepentía demasiado.
Pero, como habías dicho, ya era cosa del pasado.
Todo estuvo aclarado y por fin pude soltar la carga pesada en mi espalda que me había estado atormentando durante meses. De repente, el silencio nos rodeó. Yo oía tu suave respiración por la bocina y solo eso bastó para que las mariposas en mi estómago enloquecieran.
Y un segundo más tarde, confesaste que no podías dejar de pensar en... mí. Que te gustaba de una manera que a veces te aterraba, pero que al mismo tiempo te hacía sentir bien.
¿Cómo decirte que yo me sentía igual? Mi amor hacia ti crecía y crecía, y no importaba la distancia que tratara de poner entre nosotros, siempre te amaría.
Después me pediste una oportunidad. Una segunda oportunidad en la que prometiste que todo saldría mucho mejor, en la que nos tomaríamos las cosas con calma. Una oportunidad para hacer las cosas a nuestra manera.
Mi corazón parecía querer salirse de mi pecho y la sonrisa en mi rostro no daba para más.
Mi respuesta fue un sí.
Sí. Por supuesto que sí.
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Volar a tu lado
Short Story«No es una historia de amor con un final feliz, ni mucho menos yo soy la princesa que fue rescatada por el apuesto príncipe de las garras de la malvada madrastra. Nuestra historia fue y es real, más real que esos ridículos cuentos de hadas. Un amor...