Capítulo 19: Una felicidad efímera

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Y ahí estaba yo de nuevo frente a ti. Sin poder creerlo, todo se me hacía tan irreal.

¿Por qué estabas allí? Dijiste que en un viaje de negocios... ¡De negocios! Ya eras un empresario, estaba sorprendida. Cuando me preguntaste qué hacía yo allá, te dije que iba a hacer las prácticas de la universidad en la clínica de Massachusetts. Ambos sonreímos, como en los viejos tiempos, y sentí una inmensa alegría instalarse en mi pecho. No había nada de por medio, nada entre nosotros que nos impidiera estar juntos.

O eso creía yo.

Sin embargo, en ese momento todos los sentimientos que una vez ambos tuvimos empezaron a florecer de nuevo. Regresaron las miradas profundas, aquellos roces intencionados y los susurros secretos. Y lo mejor en esta ocasión era que... podíamos amarnos con libertad. Libres, eso éramos.

Había creído que con el paso del tiempo ese sentimiento hacia ti había desaparecido; me había acostumbrado a vivir sin ti, debía hacerlo o me quedaría estancada en mi propia miseria. No obstante, en ese momento me percaté de que no, no te había superado aún. Mi corazón volvió a saltar al tenerte a mi lado, mis mejillas volvieron a colorearse cada vez que me mirabas como si fuera la única persona en el mundo y las palabras no fluían cuando me decías lo que sentías por mí.

No hay nada más satisfactorio que el amor sea correspondido.

Todo iba bien. Nuevamente, no podíamos separarnos.

Me pediste explicaciones. ¿Por qué me marché? No fue algo que yo haya querido, me obligaron. ¿Por qué no te llamé? No me lo permitieron por un tiempo; me mantuvieron sin celular por más de un año. Luego, se hizo costumbre estar sin él... Pero quería llamarte, joder, claro que lo quería.

Te expliqué todo, con lágrimas corriendo por mis mejillas, mientras tú sostenías mis manos, dándome a entender que estabas allí para mí. Y me entendiste... Entendiste todo con una paciencia envidiable, a pesar de que el odio que yo sentía por mis progenitores se intensificaba cada vez más.

Después de eso, las cosas parecieron continuar con normalidad. Yo iba al hospital todos los días y cuando salía tú siempre estabas esperándome.

El tiempo, tan efímero, siguió corriendo. Mientras tanto, nuestro amor crecía y crecía. Lo que sentía por ti me llenaba de una manera inexplicable y me hacía sentir la mujer más afortunada del mundo.

No obstante, sabía que algo ocultabas. Algo te inquietaba, lo podía notar en tu rostro, pero no decías nada al respecto, así que dejé de insistir sobre el tema.

Eso fue un gran error.

Los meses siguieron pasando y yo me hundía más en la ignorancia de lo que te sucedía, mas no lo entendía. En ese entonces no, ahora sí.

Todo cambió cuando me hiciste cierta propuesta. Ya llevábamos varios meses juntos. Tú continuabas trabajando en la compañía y yo estaba a punto de terminar las prácticas en la clínica. Éramos ya dos adultos. No dependía de mis padres, podía tomar mis propias decisiones sin consultar con ellos.

No me lo esperaba en lo absoluto. Tenía claro que los sentimientos eran recíprocos, pero no pensaba que... En fin, para mí, en ese instante en el que te arrodillaste frente a mí y me pediste con una enorme sonrisa pasar el resto de nuestras vidas juntos, fue apresurado.

Pero no me importó porque te amaba. Te amaba, así que ¿por qué no arriesgarse una vez más?

Te dije que sí.

Nuestros nueve meses como casados fueron los mejores de mi vida. Luego, vino la desgracia.

Volar a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora