«No es una historia de amor con un final feliz, ni mucho menos yo soy la princesa que fue rescatada por el apuesto príncipe de las garras de la malvada madrastra. Nuestra historia fue y es real, más real que esos ridículos cuentos de hadas.
Un amor...
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Era claro que quería hablar con mis padres, que me explicaran por qué habían hecho eso, haciéndome tanto daño a sabiendas, pero tú me lo impediste. No entendía, ¡ellos te habían amenazado! ¿Por qué me detuviste? ¿Era porque querías evitar más problemas? Si era así, te habría dicho que de igual forma las circunstancias empeorarían al momento en el que ellos se dieran cuenta que habíamos vuelto.
Sin embargo, te obedecí, aunque ambos sabíamos que no podíamos atrasar más lo que era obvio que pasaría.
Los días transcurrieron con normalidad. Podía percibir que entre nosotros las cosas ya estaban mucho mejor. Éramos más unidos que antes, y eso en definitiva me encantaba. Podía hablar contigo de cualquier cosa, sin importarme qué tan ridícula me veía al decir la primera tontería que se me pasaba por la cabeza. Me hacías reír como nadie nunca lo había hecho, con esas estupideces que en ocasiones se te ocurrían. Además, sabías escucharme. Cuando quería contarte algo importante para mí, lo único que hacías era mirarme serio y oírme, atento a todo lo que decía. Esos simples detalles fueron los que me permitieron quererte. Diablos, ¿cómo no iba hacerlo cuando eras una de las mejores personas que había conocido?
Siempre nos reuníamos en tu casa, ya que en la mía estaban mis padres y no era lo más conveniente. Finalmente, conocí a mis "suegros", como los comenzaste a llamar, y podía asegurar que lo hacías solo por el placer de verme sonrojada. Ellos eran bastante amables, muy diferentes a los míos. Aunque a veces podía ver que tu madre te lanzaba una mirada que entendía como "deja la puerta abierta", y eso me ponía más nerviosa aún. En cambio, tu padre solo sonreía al vernos juntos. Decía que hacíamos una bonita pareja.
