Capítulo 1

33.7K 1.2K 87
                                    

Cuando nuestro gato murió, lloré por tres días. Sentía un vacío y extrañaba como arañaba mi puerta para entrar, luego de dos semanas mi madre trajo otro a casa, entonces ya no estaba el vacío y me encariñé con la nueva mascota... Ahora sentía un vacío mucho más grande, lloraba cuando la recordaba, otras veces las lágrimas salían solas, como si mi cerebro tuviera un cronómetro y supiera que cada cierto tiempo debía llorar. Mi madre no podía comprar otra hermana y traerla a casa para que yo llenara ese vacío en mi corazón. Y, si lo hiciera, no resultaría.

Miré por la ventanilla, las nubes se paseaban entre las alas del avión, era como si se enredaran en ella y luego la dejaran libre. Mi madre nos decía que cuando alguien muere, se queda en el cielo, en las nubes junto a Dios, pero mi hermana había cometido el pecado más grande para los cristianos: manipular la hora de su muerte. Después que nuestro padre murió en un accidente, renuncié a Dios y preferí no creer en nada divino, así que para mí ella sólo está muerta, no está en el infierno ni en la tortura eterna, sólo murió.

La azafata nos pidió abrochar los cinturones para iniciar el aterrizaje. El hombre que estaba a mi lado tuvo dificultades para realizar la acción, pero cuando vino la chica a ayudarlo y le miró los senos, llegué a la conclusión de que sólo fingía. Suspiré notoriamente para que el idiota se percatara de que me había dado cuenta de su perversión, pero no despegó los ojos de su objetivo. Preferí dejar de prestar atención y mirar cómo el avión descendía y llegaba a tierra.

El viaje de Puerto Montt a Santiago en bus era agotador y demoroso, pero en avión era bastante cómodo y rápido. Eso era lo que necesitaba: rapidez, mi hermana no podía esperar mucho más, su cuerpo se descomponía y debía ser sepultada. Una lágrima recorrió mi mejilla al darme cuenta lo fría que estaba siendo, ¿cómo podía pensar que su cuerpo se estaba pudriendo?

─ ¿Te sientes bien? ─el hombre me miraba fijamente.

Asentí y sequé la lágrima para que la sonrisa se viera más real.

─ ¿Quieres que te ayude? ─posó su mano en mi pierna y sonrió de una manera que no me gusto.

Quité su extremidad rápidamente y lo observé con desprecio, con esa mirada que podía hacer arder el mundo.

─No vuelvas a tocarme.

Él hizo como si jamás me hubiera hablado y miró hacia el pasillo.

La azafata nos informó que ya podíamos descender y nos deseó un excelente día. Tomé mi bolso de mano y me moví hasta la salida para recoger mi maleta.

Elías, mi padrastro, me esperaba con un rostro sin expresión. No éramos sus hijas, no le tenía por qué afectar la muerte de Katherine, pero quizás si le dolía y sólo trataba de ser fuerte para contener a mi madre. Cuando lo imaginé como un pilar para ella, no pude resistirme a abrazarlo y llorar en su pecho. Él no dijo palabra y sólo acarició mi cabello para tratar de consolarme.

El viaje a casa se me hizo eterno, mucho más que las horas en el avión. Supongo que sólo quería llegar, que Katherine me abriera la puerta y que todo hubiera sido un sueño, pero no fue así. Mi madre abrió y trató de sonreír al verme, pero fue inútil, al ver mi rostro sólo le recordaba a su otra hija, la que estaba en un ataúd siendo velada en el centro de nuestra sala.

─Creí que la llevarías a un velatorio. ─ni siquiera pude decir hola, estaba furiosa.

─Natalie, por favor. Quería tenerla en casa.

Iba a objetar, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas al igual que los míos. La abracé, desde el año nuevo que no lo hacía y ya estaba olvidando lo cálido y reconfortante que podía ser su pecho.

DesobedienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora