X.

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El día siguiente fue igual que los anteriores.

Hacía frío, y yo adoraba aquel hecho. Los jerséis, el chocolate caliente, los gorritos de lana y las mantas cálidas y cómodas en una noche de película...

Aquel día, después de comer con mi madre y pasar un rato agradable con ella, me puse mi abrigo y mi gorro y salí a la calle; hacia casa de Adam.

Mientras caminaba -aquel día preferí caminar a ir en bus- me pregunté si Diane volvería a abrirme la puerta. La primera vez que la vi me pareció una mujer cálida, simpática y sonriente... Casi tanto o igual que mi madre. Por esa misma razón, no vi punto de comparación con la forma de ser de Adam.

Después de pensar en el tema de la familia Johnson -del que yo no tengo apenas idea-, me puse a pensar en mi padre y en su cobarde huida después de machacar a mi madre. En seguida guardé aquel tema en el cajón más apartado de mi mente, para no volverlo a abrir en un buen tiempo.

Llegué a casa de los Johnson sin darme cuenta y me encontré golpeando la puerta y siendo recibida por un Adam sonriente.

—Vaya, hola Adam —saludé confundida.

—¿Por qué me miras así, niñata? —preguntó divertido.

—Porque es raro verte sonreír, imbécil —contesté riendo—. Y ahora déjame pasar, me voy a morir de frío y por mucho que éste me guste, no sería agradable —añadí mientras apartaba a Adam y me introducía en el bonito y cálido hogar.

Me fijé más en la decoración de la casa y en ésta en sí, la última vez apenas observé el espacio; una chimenea encendida brillaba en un rincón de la estancia, justo donde estaban los sillones.

—Yo también sé sonreír —se acercó a mí mientras yo seguía recorriendo la sala de estar con la mirada— Aunque, si lo prefieres, puedo dejar de sonreír...

Me giré para estar de cara a él, y me costó admitir lo que admití: tenía una sonrisa preciosa.

—No. Estás mejor así —sonreí levemente.

Una pequeña sonrisa asomó en sus labios carnosos y después un silencio incómodo se interpuso entre la distancia que nos separaba, hasta que él tosió falsamente y se apartó un poco de mí.

—Bueno... ¿vamos arriba?— Preguntó dudoso.

Asentí.

—¿No están tus padres? —pregunté mientras subíamos las escaleras hacia su habitación.

Negó con la cabeza.

—Mi madre tenía una especie de fiesta de la empresa —se encogió de hombros—. Pero lo prefiero así, me gusta que esté entretenida y lo pase bien, aunque sea un rato.

Me fijé en que no mencionó a su padre ni una sola vez, y entendí que era porque no quería hablar de él, así que asentí y me di por satisfecha con su respuesta.

                                                                                                  ***

—Adam, ¡no puedo más!— Exclamé apartándome bruscamente del escritorio tirando sin querer el libro que reposaba en mis piernas.

Me dolía la cabeza. Llevábamos más de 3 horas entre libros, apuntes e información.

Adam me miro comprensible, cogió el libro del suelo y tras dejarlo en el escritorio, se levantó.

—Vamos—me dijo mientras cogía su abrigo de la percha que decoraba la esquina de su dormitorio y acto seguido cogía el mío.

—¿A dónde vamos? —pregunté mirando mi abrigo dudosa.

—Póntelo —me dijo tendiéndomelo—. Vamos a dar un paseo. Necesitas despejarte. Y supongo que yo también.

Asentí y salimos hacia las calles vestidas de frío, como si éste fuera un delicado cuerpo huesudo que te atrapa, te acaricia y te hace estremecer.

Caminamos por las bonitas calles de Londres, él con las manos en los bolsillos y el cuello hundido en su abrigo, y yo de una forma parecida. Ambos intentando esquivar las ráfagas de viento tras nuestra ropa.

—Mi padre y mi hermana murieron en un... accidente —dijo de repente.

Me detuve en medio de la acera y lo miré, con el ceño fruncido y una mezcla de sorpresa y tristeza.

—¿Por qué me lo cuentas? —susurré.

Se acercó a mí y me miró fijamente a los ojos, con los labios dibujando una línea recta.

—No entiendo qué mierda pasa contigo... Brooke, pero siento la necesidad de decírtelo, de que lo sepas —contestó afligido bajando la mirada.

—Me has llamado Brooke... —exclamé sorprendida.

Me miró de nuevo, esta vez con los ojos vidriosos, como si le estuviera costando la vida hablar de todo aquello.

—Mi hermana se llamaba Brooke... —dijo y después se dio la vuelta y comenzó a caminar de nuevo, por lo que tuve que situarme junto a él.

Me quedé callada. Quería hacer muchas preguntas y no creía que ninguna de ellas fuera adecuada.

—¿Qué pasó...? —pregunté con cuidado.

Dudaba que quisiera contestarme pero, aún así, quería ver qué me decía.

—Solo... se fueron. Los dos juntos. Ahora pienso que era lo que debía ocurrir. Aquel niño que se encontraba en el cementerio dos días después de perder lo más valioso que tenía, no pensaba eso. Él pensaba que la vida era una mierda. Lo pensaba y, de hecho, lo quería gritar a los cuatro vientos hasta reventarse los pulmones —sonrió nostálgico—. Pero claro... Mi madre no me dejaba decir palabrotas.

Déjame hacerte feliz (ACABADA Y EDITADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora