XXVIII.

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La noche no fue para nada algo incómodo, es más, fue agradable y amena hasta el punto de lo posible.

—¿Y no te has preguntado por qué el instituto se llama 'Kingston High School'? Menuda falta de originalidad —exclama entre sorbo y sorbo—. No se lo pensaron demasiado. 

Estallé en carcajadas, al igual que él. Y no tenía ni idea de si mi estado demasiado entusiasta y divertido se debía al alcohol o a mi compañía esa noche. Aunque dado el hecho de que él también estaba borracho, las cosas no cambiaban demasiado.

Se llamaba Jack y era divertido al extremo. Aunque, sí, seguramente fuera el alcohol de nuevo. No creo que el dolor de cabeza del día siguiente le hiciera mucha gracia, pero en aquel momento ambos estábamos disfrutando.

Creía que Thomas habría buscado un imbécil en potencia como posible pareja para mí. Un idiota aprovechado que no tendría sentido del gusto y que me haría morir de aburrimiento en un intento fallido de echarme un polvo.

Fue todo lo contrario a las expectativas.

Jack era alto, lo suficiente para gustarme su estatura, castaño claro de ojos marrones y sonrisa de cielo. Su pelo estaba peinado de manera informal y eso le daba un aspecto terriblemente atractivo.

No me gustaban los estereotipos, ni siquiera ahora me gustan. No quería un príncipe de cabello rubio y ojos azules que viniera a rescatarme de la vida en caballo. Es más, si en algún momento en el descabellado mundo hubiera sucedido algo así, hubiera mandado al principito a la mierda con su caballo incluido.

No os confundáis, adoro a los caballos. 

Ni siquiera estaba buscando una relación, me sentía demasiado afectada por el paso de Adam Johnson por mi vida, pero cuando Jack empezó a hacerme reír aquella velada, olvidé mi tristeza y el causante de ella y, por primera vez en semanas, sentí que podría salir de aquel dolor que sentía todas las mañanas al levantarme de la cama.

No os puedo decir que me sintiera culpable, era lo que deseaba. Olvidarle hasta el punto de lo posible, y si ese punto era tan solo una noche, pues bienvenido sea.

—Los institutos no deberían existir —contesté mientras reía—. Así ni siquiera se tendrían que molestar en ponerles un nombre y nosotros no tendríamos que quejarnos de la mierda de falta de originalidad.

Me reí de nuevo mientras mi copa de vino jugueteaba a su antojo entre mis dedos.

—Brindo por eso —contestó mientras levantaba su copa hacia mí y hacía una leve inclinación de cabeza en mi dirección.

Posé mis labios en la copa y bebí de un sorbo todo el contenido de ésta. 

—Iré a por más vino.

Me levanté intentando no caerme, apoyándome en el respaldo del sofá y avanzando despacio.

Mala idea.

La caída fue inminente y de un momento a otro ya me encontraba en el suelo riéndome sin poder parar. El sabor de la cena volvió de golpe a mi boca y estuve a punto de vomitar, pero por suerte no lo hice.

La copa yacía rota a mi lado.

"Todo acaba rompiéndose...", susurré.

Me dieron unas ganas tremendas de llorar y estuve meditando si era peor estar con la menstruación o estar borracha.

No acabé de responderme cuando unos fuertes brazos me alzaron y me pusieron de pie.

Le miré mientras sonreía y él negaba con la cabeza divertido.

—Te llevaré a la cama —dijo mientras se agachaba y recogía los trozos de cristal roto del suelo—. Me temo que se ha acabado la agradable velada por hoy.

Dejó los trozos en la mesa y me agarró de la cintura para que no me cayera.

Me dí cuenta de que él estaba mucho más entero que yo, como la copa antes de romperse. Yo era, justamente, la copa rota de después.

No sé en qué momento bebí tanto para acabar así pero me dejé llevar hacia mi cuarto.

Las risas de los demás se oían desde el pasillo. Se fueron a la cocina en el instante en el que Jack y yo empezamos a beber juntos en el sofá del salón. Lo agradecí porque odiaba el exceso de gente y aquella vez me bastaba con él.

Jack se reía de mi estado mientras me conducía a la puerta del final del pasillo.

Mientras tanto iba pensando (creo que pensaba de manera demasiado confusa) que agradecía haberle conocido, porque íbamos a ir al mismo centro de estudios.

Y porque era atractivo.

—Podrías poner un poco de tu parte, Brooke —reía—. Pesas mucho y ahora mismo eres un peso más bien muerto.

Reí en respuesta.

¿Me estaba llamando gorda? No lo sé pero me hacía mucha gracia.

—¿Me estas llamando gorda?

Negó con la cabeza mientras sonreía.

—Claro que no, solo digo que pesas mucho.

—No voy a analizar la frase.

Al final consiguió llevarme hasta mi habitación y después hacia mi cama.

Me quitó los zapatos y los pendientes y me arropó con las sábanas.

—Jack, ¿por qué no me besas?

Dejó de colocar la sábana para mirarme, y después se sentó junto a mi, mirándome.

—Porque estás borracha.

Reí. Casi no podía verle la cara en la oscuridad pero sabía que estaba sonriendo confundido.

—Tú también lo estás.

Se empezó a reír conmigo mientras asentía con la cabeza.

—Lo sé —contestó—. Por eso no debería hacerlo. No es que tú estés borracha, es que los dos lo estamos.

Asentí mirando por la ventana desde la cama. La luna se veía preciosa y era el único foco de luz que nos alumbraba.

—Quizá es que no quieres besarme...

Volví a reírme aún más fuerte. Mis ojos no se apartaban de la luna. Brillante, blanca y preciosa. Quizá debí cambiar lo de 'sonrisa de cielo' por 'sonrisa de luna', porque su sonrisa era exactamente así.

Sin notarlo siquiera, Jack puso su mano suavemente en mi mejilla y giró mi cara para que le mirara.

—Quiero besarte —susurró mientras cerraba los ojos—. Pero no de esta forma.

Asentí entendiendo le a él, pero sin llegar a entenderme a mi, y giré mi cabeza de nuevo hacia la luna que me vigilaba desde lo alto.

Oí que se levantaba y, acercándose a mi, me dio un beso en la frente.

—Feliz navidad —susurró.

Sonreí mientras asentía con la cabeza y admitía para mí misma que aquella no era la navidad que quería, que Jack no era el chico con el que quería estar y que no eran sus labios los que quería besar.

También admití que el alcohol en mi cuerpo es de todo menos bueno.

Se alejó de mí y se fue, mirándome una última vez antes de cerrar la puerta.

Seguí mirando la luna por mucho tiempo.

Me dormí con lágrimas y nostalgia en los ojos, echando de menos.

Déjame hacerte feliz (ACABADA Y EDITADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora