XIX.

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El cielo estaba gris.

Como últimamente solía estar.

Me gustaba.

Suspirando me senté en la cama y dejé caer los brazos.

El viento sonaba, y las ramas de ese árbol que adornaba mi jardín desde que tenía uso de razón, golpeaban el cristal de forma pausada y rítmica. Se oían las manecillas de un reloj en algún lugar de la habitación, un perro ladrando en algún lugar del vecindario, mi corazón en el pecho y... y todo lo demás era silencio.

Un silencio ensordecedor. Ese tipo de silencio que te taladra los oidos y la cabeza. Uno de esos sonidos que suenan a soledad. Ironico, ¿no? Son los más ruidosos.

El día anterior fue el entierro de mi padre. Fueron muchísimas personas; a la mayoría no los conocía y estaba segura de que mi madre tampoco, y quién sabe si mi padre. 

No me lo pregunté, tampoco me importaba.

No quería estar allí pero lo vi como una obligación, y tampoco podría haber dejado a mi madre sola.

—Tienes que dejar el rencor y perdonar, cariño —me había dicho mi madre antes de salir de casa, mientras ponía una mano en mi hombro y daba un suave apretón.

No sirvió.

Durante el trayecto al cementerio iba meditando si aquello iría a servir de algo, a parte de para quitar a mi padre de en medio y dejar de preocuparme por si volvía y terminaba conmigo.

"Debo perdonar para dejar ir" me decía una y otra vez.

Me aprendí la frase de memoria y aún a día de hoy me pregunto si aquello sirvió de algo. Si se ablandó la parte de mi corazón que estaba luchando en aquel momento por no derrumbarse.

Al llegar allí, un cura con un paragüas oscuro y un montón de fieles vestidos de negro se agrupaban alrededor de una caja de madera.

Mi madre me cogió del brazo y me arrastró hasta los brazos de Amy, en los que me dejé caer.

En seguida noté cuatro brazos más a mi alrededor y, levantando la vista, vi a Adam y a Ann dándome calor en un día de todo menos cálido.

—Hermanos, nos hemos reunido hoy aquí...  —empezó el cura.

Lo que vino después no lo escuché.

Ann y Amy estaban atentas a lo que el cura decía, así que giré la cabeza para buscar a Adam con la mirada; se encontraba mirando a un punto perdido en alguna parte, con ojos torturados y queriendo salir corriendo.

Lo entendí.

Aposté todo lo que tenía a que él había pasado por un momento exactamente igual cuando su padre y su hermana se fueron, y me regañé mentalmente por haberle pedido que me acompañara aquel día.

Echando un vistazo a mi alrededor, me dí la vuelta y me acerqué más a él.

—Esto es un pedazo de mierda, ¿o no? —le susurré cuando llegué a su lado mientras deslizaba mi mano por su espalda intentando darle la entereza que yo tampoco tenía.

Giró su mirada hacia mí, y me acarició el pelo mientras me acercaba más a él. Todo lo que pude.

El panorama era deprimente. Estaba a punto de llover, olía a pena y a falta. Y hacía muchísimo frío. Tanto fuera como dentro.

Pero lo peor... lo peor de todo es que yo no sentía lo que debía sentir.

Cerré los ojos.

"Debes perdonar para dejar ir" repetía.

Déjame hacerte feliz (ACABADA Y EDITADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora