I.

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"Se acabó el verano."

Fue lo primero que pensé aquel lunes a las 6:30 de la mañana. El día más odioso del año. El comienzo del nuevo curso.

Me levanté y me dirigí al cuarto de baño. Me metí en la ducha directamente; no quería ver mi reflejo en el espejo, no podría volver a soportar la misma imagen de todas las mañanas. Ojos cansados, cara demacrada, sombras amoratadas.

Una vez aseada, vestida y con mis materiales escolares preparados, me dirigí a la cocina bajando velozmente las escaleras.

—Hola, mamá —saludé a mi madre mientras le daba un sonoro beso en la mejilla.

—Hola, cariño— me contestó levantando la cara hacia mí con una leve sonrisa forzada. Entonces me percaté de su nuevo moratón en el ojo derecho. Era reciente.

Mi padre –por llamarle de algún modo– hacía aquello cada vez que necesitaba desahogarse. Se ve que la noche anterior regresó a casa demasiado tarde y me encontró dormida, por lo que tuvo que pagarlo con mi madre. 

Aquella mañana pensé que me hubiera gustado estar despierta.

Me acerqué a ella y acaricié su mejilla suavemente mientras mi madre cerraba fuertemente los ojos e intentaba no llorar.

—Hola, familia —oí la alegre voz de mi padre detrás de mí, y cerré los ojos apretando la mandíbula para contenerme.

Pero no pude. Mi madre me miró, suplicando con la mirada que no hiciera lo que estaba a punto de hacer.

Me giré bruscamente quedando frente a mi padre.

—Como se te ocurra tocar a mi madre una sola vez más, te juro que hago que te metan entre rejas el resto de tu puta vida y me da igual lo que puedas o no hacer contra nosotras, maldito hijo de puta —grité mirándole con ira.

Nunca antes había tenido el valor. Nunca.

Pude ver un atisbo de algo en sus ojos y, luego, aquel verde que los caracterizaba, se volvió negro.

—Maldita mal nacida... —susurró mi padre. Y luego me golpeó en la cara. Dos veces. Tres. Hasta que mi madre empezó a gritar mientras lo separaba de mi.

Él se detuvo y me miró con asco para después girarse y salir por la puerta dando un portazo, yo subí corriendo al baño para ver qué marcas había dejado esta vez.

Ahora sí, me miré en el espejo. En esa ocasiones las ojeras ni se notaban si las comparabas con los golpes. Mi ojo estaba empezando a hincharse. Me salía sangre de la nariz y poco más.

"Las he aguantado peores"

Me lavé la cara con agua fría, no queriendo soltar ni una lágrima por ese canalla.

Cuando volví a mirarme en el espejo, mi madre se encontraba detrás de mi, llorando.

—Mamá, todo está bien, ¿vale? Vamos a salir de esto, te lo prometo.

Después de abrazarla y tranquilizar sus nervios, cogí mi mochila y salí rumbo a clase.

Por suerte, siempre me levantaba más temprano de lo normal, y aunque pasaran cosas como esta, nunca llegaba tarde.

Quedaban aún 14 minutos para la hora de entrada y me vi paseando por las calles tranquilamente y sin prisa, pensando.

Llegué al instituto y vi a mi mejor amiga a lo lejos, corriendo hacia mí.

—¡Brook! —me saludó una sonriente y entusiasmada Amy.

La sonrisa fue desapareciendo de su cara poco a poco al ver mi, ya, ojo morado.

Le sonreí para tranquilizarla.

—Amy, nos hemos visto hace apenas dos días y me saludas como si lleváramos años sin vernos —sonreí sin ganas.

Mi mejor amiga negó con la cabeza y señaló mi ojo.

—Ven —me cogió la mano suavemente y empezó a tirar de mí— Vamos a poner un poco de maquillaje en ese moratón.

Amy sabía lo de mi padre. Lo de mi pesadilla. Era la única. Nos conocimos hace 11 años, cuando ambas teníamos 5 e íbamos a la misma clase de infantil. Nunca me ha dejado sola y espero que nunca lo haga, porque siento que es el único apoyo que tengo.

Llegamos al baño y sacó unos polvos de su mochila. Creo que los llevaba todos los días por mí, porque Amy no solía maquillarse.

—Vamos a ver... —susurró concentrada mientras daba golpecitos con el pincel en mi ojo.

—Auch —me quejé.

—Aguanta un poco, Brook —sacó la lengua en señal de concentración –Ya está.

Me miré al espejo. Amy había colocado los polvos de tal manera que no se notaba a penas el golpe.

—No sé qué haría sin ti —susurré.

—Lo mismo que yo sin ti; nada —sonrió tristemente—. Vamos nena, ¡empieza un nuevo curso!

Sonreí levemente por sus intenciones de animarme y me dejé arrastrar por ella.

Aunque estaba segura de una cosa: día que empieza mal, día que acaba mal.


Déjame hacerte feliz (ACABADA Y EDITADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora