XX.

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El día siguiente se pudo calificar como aburrido al extremo.

Intentaba hacer pasar el tiempo rápidamente, deseaba que la tarde llegara para ver a Adam.

—Deja de dar vueltas, Brooke, por favor —exclamó frustrada mi madre mientras me miraba—. Vas a marearte y a mí también.

Me senté a su lado y observé cómo sus hábiles manos tejían, algo que había heredado de mi abuela materna.

—Escucha, tengo que decirte algo... —se rindió al ver que ni las agujas de tejer iban a poder apartarla del tema—. Estoy saliendo con alguien.

Mi madre lo dijo tan rápido y tan sin anestesia que mi boca se abrió automáticamente.

—¿En... en serio? —pregunté sorprendida y sin saber qué decir.

Asintió afligida acercándose más a mí y cogiendo mis manos tiernamente.

—Sé que te parecerá precipitado y que seguramente la idea no te guste pero...

—Para mamá —la interrumpí.

Me miró esperando que hiciera algo.

Y se llevó una gran sonrisa a cambio.

—¡Es genial! —exclamé contenta.

—¿De verdad? ¿no te molesta ni te enfurece...? —preguntó dudosa.

Negué sin dejar de sonreír.

—Temía que nunca volvieras a rehacer tu vida, mamá. Estoy muy feliz por ti.

—Se llama Ben. Podrás conocerle mañana, viene a comer —me dijo sonriendo mientras me agarraba las manos agradeciéndome algo sin palabras.

—Bien, me encantará conocerle, pero ya sabes que como sea un capullo no voy a dudar en darle un puñetazo —dije mientras sonreía tanto que me dolía la cara, a lo que mi madre rió.

Me miró con un brillo especial en los ojos y cuando creí que se había acabado la charla madre-hija, me lanzó aquello.

—Usas protección cuándo tienes relaciones con Adam, ¿verdad? —preguntó volviendo a su tarea y con la cara roja como un tomate.

Seguramente le había costado mucho preguntar aquello.

Mi cara debió de ser todo un poema porque después empezó a reírse quitándole hierro al asunto.

—Mamá, por Dios —reproche avergonzada pidiéndole a la tierra que me tragara e hiciera la digestión rápido.

—Es broma —suavizó su gesto—. En realidad no es broma, espero que si uséis protección, jovencita.

Me reí. Escondí mi cara entre mis manos, muriéndome de vergüenza. Lo que ella no sabía es que yo no había pasado de unos besos con él.

—¿Te gusta?

—Muchísimo —contesté sin levantar la cara aún.

Cuando lo hice mi madre me miró pícara y me guiñó un ojo, a lo que reí otra vez.

—Iré a preparar la ropa, ya sabes que he quedado —avisé mientras me levantaba.

—¿Con quién?

—Mamá, todo el tiempo que he estado aquí dando vueltas como una peonza, ¿te creías que lo hacía por amor al arte?

—Adam —se auto-contestó mi madre mientras se reía y asentía con la cabeza.

Empecé a subir las escaleras dandole a mi madre la respuesta.

—Mi pequeña se hace mayor... —oí que suspiraba desde abajo.

Déjame hacerte feliz (ACABADA Y EDITADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora