Capítulo 29: Debilidad humana y churros para desayunar.

3.6K 260 12
                                    

Vale, sí que me acosté con él.

¡Pero yo no tengo la culpa!

Es... es por esos labios, por esas manos tan grandes y cálidas, por su... ¡Son esos malditos ojos!

Me resistí todo lo que pude, lo juro.

- Vi el otro día la habitación de Sara...- oigo que dice a mi espalda mientras recorre con las yemas de los dedos la piel desnuda de mi muslo.

¿En serio se cree que cuando hace eso puedo mantener una conversación?

- Ajá.

- Te ha quedado espectacular.

- Lo sé- contesto con un susurro.

Escucho su risa ronca y me enciendo de nuevo.

Que me empiece a besuquear el cuello tampoco ayuda.

Me muerdo los labios para reprimir un jadeo estúpido y cierro los ojos, concentrándome en lo maravillosamente placenteras que son sus caricias.

Me cae mal, pero... joder.

- Deberías utilizarlo como proyecto de fin de carrera.

¿Eh? ¿De qué hablamos?

Me giro para mirarle. Grave error, está demasiado sexy, con el pelo rubio despeinado, la piel bronceada expuesta sólo para mí...

Céntrate, Diana.

- ¿De qué hablas?

- Del mural- contesta, acercándome a él-, utilízalo como proyecto.

Alzo la mano, dubitativa, antes de dejarla caer sobre su hombro, recorriendo entretenidamente los músculos de su brazo.

- Pero tendría que enseñar al tribunal la habitación de tu sobrina y sabes que pueden pedir verlo insitu, no creo que a tu hermano le haga gracia que vayan desconocidos a su casa.

Sonríe y olvido lo que acabo de decir.

- A mi hermano no le importará.

Ajá...

¿De qué hablamos?

Cierro los ojos con un suspirito, dejando que sus manos viajen de arriba abajo por tooooooodo mi cuerpo.

- Diana, ¿me estás escuchando?

- Sí...- respondo cansinamente.

Sí, sí, sí...

- No me estás escuchando.

Siento cómo uno de sus brazos se ciñe aún más alrededor de mi cintura y aprieto los labios para no gemir cuando desliza la mano por mi espalda.

- Cállate y sigue con lo tuyo.

Le escucho reír, pero obedece y sigue con sus caricias.

Madre de dios. Qué maravilla.

- ¿No trabajas hoy?

Emmm...

- ¿Qué día es?- pregunto en un susurro.

- Sábado.

- Día libre.

Posa los labios sobre los míos y alzo los párpados.

Es un capullo, pero un capullo delicioso.

Deslizo las manos por su pecho desnudo, maravillándome en silencio con la inhumana calidez de su piel.

Asquerosamente adulta: la reina de la mala suerte.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora