Prólogo

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¿En qué momento se me ocurrió acostarme con semejante payaso?

Aparto la mirada, enfadada, y salgo a toda prisa de la facultad para llegar al aparcamiento. Un destartalado Ford color negro me espera como si apenas pudiera mantenerse de una pieza.

Meto la bolsa en el asiento trasero de un brusco empellón y me deslizo con dificultad frente al volante, haciendo maniobras para encajar la llave en el contacto. En ese momento, “la parejita” pasa justo por delante del morro apesadumbrado de mi coche y arranco con un gruñido entre dientes, dispuesta a avanzar para mandarlos a los dos al infierno.

Sin embargo, me limito a apretar con fuerza las palmas de mis manos sobre el volante, apartando el pie del acelerador, para observarlos con una mueca de asco. El largo cabello rubio de ella cae como una cascada de fantasía sobre su espalda y frente, recortándose a la perfección los centímetros justos por encima de sus ojos verdes, que brillan tan intensamente bajo el sol como lo hacen sus refulgentes dientes maravillosamente estupendos. Por supuesto, todo ello realzado con ese cuerpo de modelo de pasarela que sólo provoca babas y dientes largos. Dios, qué asco.

Dirijo mi mirada hacia él, que se alza un par de cabezas sobre ella. Bien, espléndido. Dejo de mirar a una diosa para observar a un ser aún más superior. No le soporto.

Intento evitar el estremecimiento de mis manos al recordar cómo se sentía su sedoso cabello rubio entre mis dedos, sus labios llenos y hábiles sobre mi piel, aquel cuerpo escultural bajo el mío…

Joder, ya basta.

De pronto, como si hubiera escuchado mis indecorosos pensamientos, sus ojos azules relampaguean hacia mí, esbozando al instante una sonrisa divertida. Será capullo.

Poso el pie sobre el acelerador y cambio a primera marcha, esta vez dispuesta a pasarle por encima. Pero, justo cuando estoy a punto de apretar el pedal, ambos llegan al esplendoroso BMW descapotable de él. Su mirada sigue fija en mí cuando abre levemente los labios para deslizar la punta de su lengua por ellos. Mamón.

 -                     Maldito alcohol…- musito para mí, apartando la mirada del fulgor que rezuman los dioses.

Já.

Con una tosca maniobra, salgo del aparcamiento con la sensación de estar arrastrando alguna pieza importante del coche (que no debería arrastrar, claro).

Le voy a matar, y lo cortaré en cachitos pequeños para meterlo en bolsas de basura y repartirlas por toda la ciudad…

Ooh, no me he presentado, ¿verdad? Menudo despiste.

Soy Diana Díaz, la chica número 297 del grandísimo capullo Álvaro Blanco.

Asquerosamente adulta: la reina de la mala suerte.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora