Capítulo 15: Sexo, gatos, cenas y familia (no todo junto, claro)

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Siento cómo los músculos de mi vientre y mis piernas se aprietan al máximo para luego relajarse con un sonoro crujido de huesos.

-          Dios…- musito.

Mi piel cosquillea cuando su enorme cuerpo se desliza al lado derecho de la cama, como si anhelara su contacto.

-          Gracias.

-          Creído.

Tiene muchas cosas malas. Muchísimas. Pero es una máquina. Eso hay que reconocérselo.

Río ante su sonrisa socarrona mientras me apoyo sobre su hombro. Sus largos brazos me rodean a la altura de la cintura y siento cómo sus dedos recorren mi columna con una caricia que vuelve a calentarme.

Es injusto.

Abro los labios y saco la lengua para deslizarla por su clavícula.

Entonces, para variar, el soniquete estúpido de su teléfono interrumpe mis maravillosos post-pre-liminares (es un término que me he inventado para esos momentos de unión entre el final de un coito y el principio del siguiente; y sólo lo puedo usar con él, porque los hombres normales tienden a dormirse).

-          ¿Sí?- contesta con un bufido al móvil.- Joder, Loretta, claro que interrumpes.

Loretta es… su hermana, ¿no?

Álvaro agarra mi pierna y la alza hasta su cintura, apretando sensualmente mi muslo con una mirada traviesa.

-          Eres muy pesada…, sí, estoy con ella, ya, te lo ha contado Rober.- beso la base de su mandíbula y gruñe- Te la presentaré cuando me dé la gana, no des la lata, no eres mi madre.

Sonrío mientras mordisqueo, entretenida, su cuello.

-          Mira, te voy a colgar.

Bajo los labios por su pecho, maravillándome por la dureza de sus músculos, y doy un largo lametazo a su esternón.

-          Adiós, Lore.- murmura antes de lanzar el teléfono a los pies de la cama.- Deja de juguetear conmigo, Diana.

-          Creía que el que jugueteaba eras tú.

Abre la boca para, estoy segura, replicar una de sus ingeniosas bromitas, pero, ¡sorpresa!, mi teléfono suena desde el otro lado de la habitación. Me levanto y, prácticamente a cuatro patas para minorar el mareo que aún me asola, alcanzo el diminuto bolso rojo que Tina me prestó anoche para descolgar el móvil.

-          ¿Qué quieres?

-          Vaya humores.- ríe una voz más que conocida al otro lado.

Maldita.

-          Kira, ¿qué quieres?- repito.

-          Estoy en la puerta de tu casa, ¿dónde estás?

-          Por ahí.

Me siento en el suelo con las piernas cruzadas, cual niña de tres años.

-          ¡¿Te puedes creer que me he despertado en la cama de un desconocido?!

-          Claro que me lo creo, para eso salimos anoche.- protesto, pellizcándome el puente de mi nariz.

-          ¿Estás ocupada?

¡Joder, claro!

Evito echar un vistazo sobre mi hombro para mirar al dios griego tendido completamente desnudo sobre una cama maravillosamente cómoda.

Asquerosamente adulta: la reina de la mala suerte.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora