Capítulo 24: Palomitas para el tercer grado.

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Al día siguiente, el amabilísimo Alberto vuelve a invitarme a un helado a pesar de que intento resistirme (poco). La verdad es que no soy muy amable, pero no me cuesta hablar con este hombre, es inteligente, simpático y cuenta historias súper interesantes. Por supuesto, evito hablar de Álvaro a pesar de que los gemelos no paran de llamarme 'novia', lo que me revienta.

¡Novia! De semejante payaso. Ni muerta.

Roberto llega a casa a la hora prevista, pero esta vez no viene sólo con Sara.

- ¡Tío!

Mátame.

Me levanto de un salto y me disculpo rápidamente, casi corriendo lejos de toda la jauría Blanco. Ni siquiera levanto la mirada del suelo para mirarle cuando paso por su lado y por el de Roberto con un susurrante 'Hola' (dirigido a este último, claro).

- Pero ¿qué narices le has hecho?- oigo decir a mi patrón mientras subo de dos en dos las escaleras

¡Yo te lo diré encantada! SER UN CAPULLO. Un mamón, un truhan (qué palabra tan preciosa), un tunante, un.... AHHHH! Le mataba.

Me encierro de nuevo en la habitación de Sara. Ya estoy empezando la tercera pared y sonrío en cuanto miro lo que he hecho.

No es por fardar, pero qué bonito me está quedando.

Destapo mis boles con pintura de colores y mido en otro recipiente la pintura que voy a necesitar para mi próximo dibujo. Primero blanco... lo echo con la lengua fuera, un signo inequívoco de concentración, y cojo el colorante azul y el negro para ir mezclando. Gotita a gotita.

Me encanta mi trabajo.

Mojo la brocha en el potingue azul brillante y pinto largos trazos por casi toda la pared, siempre de izquierda a derecha.

Izquierda, derecha. Izquierda, derecha.

Qué color tan bonito, leches.

Suena mi teléfono y voy a ver quién requiere de mi agradable conversación. Magnífico. Gustave. Justo mi persona favorita.

Ignoro la llamada, pero me manda un mensaje que sí leo.

"Se te acaba el tiempo."

Suena a amenaza. ¿De verdad piensa que puede sacarme algo de dinero así, comportándose como un imbécil? Bueno, ni aunque se comportara como un señor, cosa que no sabe hacer, tampoco será de ayuda. Soy pobre. Esto es así.

También tengo un mensaje de Kira diciendo que se van a venir las chicas a mi casa esta noche, traen palomitas y películas moñas.

Lo mejor para subirme el ánimo, vamos.

Sigo con mi tarea, trazando líneas, primero con un lápiz muy muy fino, apenas unas líneas cuasi invisibles, después con los colores que voy preparando, miles de ellos: azul, rosa, verde, rojo...

Redondeo cada dibujo, dándole un aspecto más infantil, adorable, alejándome de la realidad, aunque no demasiado.

Le va a encantar a esa princesita.

Estoy tan concentrada, sujetando un pincel con la boca mientras pinto con otro, que no oigo nada más que mi canturreo arrítmico hasta que, minutos u horas después suenan varios toques en la puerta.

Miro el reloj.

La madre que me parió, si es casi hora de irme.

Dejo las cosas en el suelo (cubierto con un plástico, claro) y abro la puerta, lo justo para asomar únicamente la cabeza y que no se vea nada a mi espalda.

Asquerosamente adulta: la reina de la mala suerte.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora