Capítulo 10: hundiendo la flota de las dudas.

5.5K 308 4
                                    

Son idiotas. Definitivamente.
Engullo lo poco que queda de pollo y las miro de hito en hito, esbozando una mueca al ver sus amplias sonrisas de diversión (unas más descaradas que otras, claro).

- ¿Podéis hacerme el favor de meteros en vuestros asuntos y dejarme en paz?
Tina se tira sobre mí, derribándome y haciendo que mi cabeza se estrelle contra el suelo.

- Joder, idiota, qué daño.- protesto, palpando la zona con los dedos.
- ¡Entra en razón, Didi! ¡Ese bombón es tuyo!
Dios, ¿a qué viene tanto escándalo? Cómo adora gritar, la madre del cordero.

- No seas tonta, canija, no es nada mío, y tampoco quiero que lo sea.
- Pero qué mentirosa eres…- murmura Kira, acurrucándose contra Ana.
- ¡¿Mentirosa yo?!
- Mentirosa, mentirosa…- canturrea Kim.
La fulmino con la mirada.

- ¿Y en qué miento, si se puede saber?
- ¡Ese chico y tú sois algo!
- Por amor de Dios, Kim, deja de gritar, me das dolor de cabeza.- gruño por lo bajo.
Tina se acomoda sobre mí cruzando las piernas y apoyando la cabeza contra mi hombro.

- No cambies de tema, no, señora.- esboza esa sonrisa angelical de niña buena- Tenéis un rollo raro, y eso ya es algo.
- Además, aunque lo niegues, te encantaría consolidar ese… rollo raro.
Ya está la lista. Pero vamos a ver, ¿no nos habíamos reunido aquí y me habían interrumpido tan maleducadamente para consolarla?
Pues no, ahora resulta que deja sus problemas sentimentales a un lado para meterse en mi vida y mis… no rollos.

- No tengo ningún tipo de rollo raro con nadie, punto número uno.- explico, jugueteando con el cabello pelirrojo de Tina- Y, punto número dos, y que os quede claro, NO QUIERO NADA CON NADIE.
- Con él sí.
- Kim tiene razón- se une Ana con una sonrisita- Además, si no tenéis nada, ¿qué estabais haciendo cuando hemos llegado, jugar al parchís?
Capullas.
Un sonrojo nada usual en mí se apodera de mi rostro. Ellas ríen.

- Mi vida sexual no es asunto vuestro, marujas.
- Todo lo que tenga que ver contigo es asunto nuestro.- tercia la filipina tonta- Así que ya estás dando detalles.
Joder con los malditos detalles.

- Olvídalo.
- Venga, Didi, vamossssssssss, ¿hasta dónde habéis llegado hoy? ¿primera base, tercera, HOME RUN?
¿Por qué comparan el sexo con el beisbol?

- Como sigáis así os largo de mi casa.
Aparto a Tina y me levanto para ir a la cocina a beberme de un trago la botella de agua fría que guardo en la nevera.

- ¡¿Estás acalorada, cariño?!- oigo a Kim en la otra habitación.
Contesto con un gruñido, a lo que hay más risas.
Esta situación me hace preguntarme con qué clase de gente me junto.
Simon se enreda entre mis piernas con un ronroneo y me agacho para acariciarlo. Sus ojos celestes brillan en la oscuridad del anochecer tardío.

- Cómo te adoro, pequeña bola de pelo.- susurro para él.
Como si me entendiera, frota su suave mejilla contra mi muslo, haciéndome cosquillas con los bigotes. Lo cojo en brazos con una risita y vuelvo al salón, sentándome en el suelo junto a Tina, acomodando a Simon sobre mis piernas cruzadas.

- Bueno, tú - señalo a Kira con la cabeza-, ¿estás mejor?
Suelta un suspiro y apoya la mejilla contra el hombro de Ana antes de abrir la boca.

- Supongo que sí…, perdonarme por ser tan pesada con este tema, todos los meses estamos con lo mismo…
- Estamos aquí para ayudarte, Kira, aunque ya sabes lo que opino de ese estúpido de novio que tienes.- la interrumpe Kim
Me encanta esa pequeñaja.
Asiento con un cabeceo, dándole la razón.

- Sí, lo sé, y empiezo a creer que Didi y tú estáis en lo cierto.
- ¡Aleluya!
- ¿Qué quieres decir con eso?- pregunta Ana, ignorando el entusiasmo de su compañera.
- Creo que ha llegado el momento de dejar a Joaquín atrás.
… ¿Perdón?
¿He oído lo que creo que he oído?
Simon se retuerce contra mí al notar el parón de mis caricias.

- ¿Le vas a dejar?- pregunto.
Kira me dedica una sonrisa deslumbrante.

- En realidad, ya me ha dejado él.
- Pero sabes que volverá, como siempre.
- Sí, ese capullo siempre vuelve…- musita Kim ante la amenazante mirada de Ana.
- No voy a volver con él, estoy cansada de pasar siempre por lo mismo.
Oh, dios mío. Estoy escuchando mal.
Jamás creí que oiría semejante cosa de sus labios.

- Y eso significa que…
- Que estoy soltera y entera, Kim, y que voy a empezar a disfrutar de los veintidós, que ya me toca.- termina mi amiga.
Me contengo a duras penas para no tirarme a abrazarla y dar gritos, algo que Kim y Tina hacen encantadas por mí. Son como niñas.
Estallan en chillidos de brujas, acompañados de saltos de crías y besos a todas nosotras.

- Parar de una vez.- ordena Ana, aun con una leve sonrisa.
- ¡¿Eso de disfrutar implica salir esta noche?!
- Es jueves, por dios.- protesto.
¿No se pueden estar quietecitas ni una noche? Luego dicen de mí.
Con lo tranquila que soy.

- ¡Y qué importa que sea jueves!- Kira se levanta de su asiento.- ¡Hoy vamos a hacer un juernes de esos que tanto le gustan a Didi!
Lo que yo te diga.

- Yo no me voy de fiesta los jueves.
- No, sólo follas.- remarca Kim alzando las cejas con diversión.
Sí. Qué graciosas. Me mondo.

- ¡Vámonos de marcha!
- ¡A liarla!
¿Quién la manda animarlas?
Kim y Tina bailotean como pueden en el reducido espacio alrededor de la incitadora, que anima a Ana a unirse a ellas. Pero dónde coño me he metido.

- Oye, por cierto, la que venía arrastrándose a mi puerta -las interrumpo-, ¿tú no estabas pedísimo?
- ¿Josua os ha dicho eso? No estaba pedísimo, sólo me he tomado un par de cubatas, lo que pasa es que me he puesto a llorar y se habrá pensado lo que no es.
La miro, escéptica, y esboza su sonrisa de niña buena. Me pone mala cuando hace eso.

- Habrá que castigar a ese mentiroso.- ríe Tina, fingiendo dar latigazos invisibles.
Me carcajeo con ella.

- ¡Vámonos!
Las tres mosqueteras, seguidas de una complaciente Ana y yo misma, nos dirigimos a la puerta al son del canturreo de Kim. Una canción que sólo ella conoce, claro.
Salen todas al rellano mientras Kira se queda a mi lado. La observo, interrogante.

- Tú estás exenta de mi fiesta de soltera esta noche.- dice, sólo para mí- Ya sabes lo que tienes que hacer.
Ya sé lo que tengo que hacer… sí, claro. Qué peliculera es.

- Pero mañana, amiga mía, te reservo la noche, porque nos vamos a ir de tour a todas las discotecas de la ciudad.
- A sus órdenes, señorita Escarlata.- me burlo, riendo.
Me da un rápido beso en la mejilla y sigue a las demás escalera abajo.
Se hace la fuerte, pero aún así está mal. Aunque, por supuesto, no lo reconocerá y no me dejará ayudarla en esto. Como siempre.
Cierro la puerta, dejando atrás los grititos descontroladamente adolescentes de mis amigas, y me apoyo en la pared con Simon restregándose contra mi tobillo.

- Sé lo que tengo que hacer…- musito.
Como una autómata, vuelvo a mi habitación y me visto con una falda corta vaquera y una camiseta básica amarilla.
El amarillo es el color de la mala suerte en los espectáculos.

- Joder, y qué más da, no vas a dar ninguno, Diana, por amor de dios.
Una media sonrisa asoma en mis labios… A lo mejor sí que lo doy.

Estoy idiota.
Me calzo unas sandalias, dejo la comida de Simon preparada en su bol (según salga por la puerta se la tragará de un bocado) y cojo las llaves antes de cerrar tras de mí.
Voy a hacer una tontería.
Conduzco el coche medio grogui por las calles iluminadas con altas farolas de grandes focos hasta aparcar (ilegalmente) en una curva frente a un pijísimo edificio blanco reluciente. Cómo se nota dónde hay pasta.
Tras las puertas, un portero uniformado perfectamente de negro me mira atentamente antes de esbozar una sonrisa amable.
Oye. Yo de esto no me acordaba.

Claro, tonta del culo, la última vez que viniste por aquí estabas hasta el culo de alcohol y venías tan pegada a los labios de Álvaro que ni te fijaste.

- ¿Puedo ayudarla, señorita?
¡Deja de recordar, empanada!

- Sí, por favor, quería ir a visitar a Álvaro Blanco.- contesto lentamente.
- Por el segundo ascensor de este pasillo, el último piso, señorita.
- Oh, muchas gracias.
Sí, hubo un ascensor…
Voy hacia allá.

- ¿Quiere que avise al señorito Blanco de su visita?- oigo preguntar a mi espalda.
- Emmmm… no, gracias, quisiera darle una sorpresa.
Y así averiguar si tiene… otra visita.
Joder, ya basta.

- De acuerdo, señorita, buenas noches.
Eso espero.
Entro en el ascensor de aspecto espacial y pulso el último piso, un elegante y estilizado 8 en color bronce.
Los segundos que tarda en llegar a su destino se me antojan eternos. Es como ir al purgatorio, o al dentista. Por fin, un leve pitido anuncia la parada y se abre ante un amplio rellano con una sola puerta. ¡Qué desperdicio de espacio! Aquí podría poner yo mi casa entera.
Venga, venga, céntrate.
Con un tembleque estúpido, apoyo las puntas de los dedos sobre el timbre y respiro hondo antes de presionarlo. Pero, por dios, ¿estoy imbécil o qué?

- ¡Ya voy!
¡¿Por qué coño me tiene que aumentar la temperatura sólo con oír su voz?!
Alzo automáticamente la mirada del suelo cuando oigo el clic de la puerta al abrirse.

- ¿Diana?
Observo con una media sonrisa sus ojos asombrados, regodeándome de que por una vez no haya sido tan previsor como se espera de él. He noqueado al listillo.

- La misma.- contesto, divertida- ¿Puedo pasar?
Se echa a un lado para invitarme y cierra la puerta tras de mí.

- Bueno… ¿cómo está Kira?
- Bien, se ha ido de fiesta con las chicas.
¿Hola? Estoy aquí.
Dejo las llaves sobre la mesa de comedor que ocupa uno de los dos habitáculos abiertos del salón y me giro hacia Álvaro. Mi mirada ávida recorre su torso descubierto como si fuera un manantial de agua en el desierto.

- ¿Y cómo es que no te has ido con ella?- lo escucho preguntar, sin prestar apenas atención a sus palabras.
- Tenía otras cosas que hacer.
Sí, como seguir observando el contorno perfecto de cada uno de sus músculos. Qué cuerpazo, dios mío.

- ¿Cómo qué?
¿Está jugando con mi paciencia?
Porque aviso que tengo muy poca.
Y así lo confirmo cuando recorto los escasos pasos que nos separan para apoyar ambas manos sobre su pecho, estremeciéndome ante su calidez.

- Como venir aquí.- contesto en susurro- Pero si quieres me voy.
- Sólo si quieres dejarme en la ruina, cariño.
Un siseante gruñido escapa de sus labios cuando poso los míos sobre su piel, recorriendo su torso con suavidad. Siento cómo enrosca los brazos a mi alrededor, alzándome unos centímetros de suelo.

- ¿Nada de interrupciones?- pregunta, buscando mis labios con los suyos.
- Nada de interrupciones.
Desliza un brazo bajo mis rodillas y me alza con insultante facilidad para llevarme a la habitación del fondo. De esto sí me acuerdo…

- ¿Nada de alcohol en el cuerpo?
- Nada de alcohol en el cuerpo.- río.
Me aprieto fuertemente contra él cuando nos tumba a ambos sobre la enorme cama que corona el cuarto, apenas iluminado por la tenue luz que llega desde el pasillo.

- ¿Nada de dudas, Diana?- vuelve a preguntar, parando las manos sobre mis costados para esperar la respuesta.
Respiro profundamente antes de abrir la boca.

- Nada de dudas.
Siento su sonrisa aún en la oscuridad. Sus manos de fuego se deshacen de mi camiseta y el sujetador en un abrir y cerrar de ojos mientras entierra su boca sobre la mía, arrancándome la última gota de oxígeno.
Doy un respingo cuando mete los dedos bajo la falda y la levanta por encima de la cintura, desprendiéndome con rapidez de la ropa interior para encontrar mi carne caliente y anhelante de sus caricias.
No soy consciente de cuándo se ha deshecho de mi falda hasta que se coloca con cierta delicadeza sobre mí, rozándome deliciosamente mientras apoya la mayor parte de su peso sobre su brazo libre arriba de mi cabeza. Lo tomo por la nuca, buscando sus besos, sus labios suaves y exigentes, el contacto de su dura piel contra la mía.

- ¿Se puede saber por qué yo estoy completamente desnuda y tú aún tienes ropa puesta?- protesto con diversión.
Su risa melodiosa acaricia mis oídos como sus dedos hacen en el interior de mis muslos. Adora atormentarme. Llevarme al límite.

- No tiene gracia, ¿siempre tienes que ser el primero en todo?
Sus labios sobre mi pecho me dejan sin respiración unos segundos.

- Siempre, cielo, siempre.- asiente, atrapando mi piel con los dientes.
Un gemido alto y claro reverbera por la habitación para su orgullo. Sus manos se hacen presas de hierro sobre mis caderas, sujetándome férreamente contra la cama. Como si se me ocurriera la estúpida idea de escapar.
Me estoy poniendo nerviosa.
Con impaciencia, le obligo a dar la vuelta para quedar sobre él. Me deslizo por su cuerpo, prodigando besos aleatorios sobre su torso, y bajo sus pantalones ante su leve gruñido de satisfacción. Lo hago con lentitud. Poniéndonos a prueba a ambos. Y repito el mismo proceso con sus bóxers.

- Diana, no…- empieza a negar con un cabeceo cuando poso los labios sobre uno de sus muslos.
Dispuesta a ignorarle, acaricio con las palmas de las manos su espléndido cuerpo desnudo mientras subo la boca sobre su piel con calma, escuchando su respiración cada vez más acelerada.
Pero, antes de darme tiempo a protestar, toma mis muñecas y me alza para guiar sus labios contra los míos en un beso feroz. Me agarro a su cuerpo sudoroso con fuerza, estampando mis pechos contra el suyo.

- Ahora mismo no hubiera durado dos segundos, cielo.- siento sus manos tomando mi trasero para apretarme contra su excitación y pierdo la cabeza- Necesito entrar ya.
- Hazlo…
No necesita más incentivos.
Con una certera embestida, lo siento unirse a mí, hundiéndose en mi calidez. Clavo las uñas en sus hombros con un largo gemido de rendición.

- Diana…- le oigo decir en un ronco susurro contra mi mejilla antes de dejarme llevar por completo por el mar de placer.
Tocada y hundida.

Asquerosamente adulta: la reina de la mala suerte.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora