Capítulo 28: Invitado sorpresa.

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Las dos petardas se quedaron un par de noches en mi casa. Por lo menos me hacían la comida. Es agradable llegar del trabajo y ver la cena en la mesa, no lo voy a negar.

¡Día de mis últimos exámenes!

Emoción absoluta.

Mis chicas me despiden desde la puerta deseándome suerte como un par de mamás adorables (somos una familia alternativa) y voy a toda leche a la universidad, casi por última vez.

Aparco lo más cerca posible y me dirijo hacia mi aulario. Pero, para variar, no puede salirme nada rodado y hay una inesperada e indeseable visita a medio camino de la puerta que me conduce al cielo.

- Hoy no, Gustave- protesto, intentando esquivarle-, tengo cosas importantes que hacer.

Interpone su envergadura entre mi preciado camino y yo con una sonrisa maquiavélica.

- Eres tú la que está alargando mi visita.

...

Le odio.

Me da igual que tengamos la misma sangre.

LE ODIO.

- ¡Que te largues!- grito, empujándole inútilmente- Déjame tranquila.

Sus ojos negros escupen odio y agarra con demasiada fuerza mi muñeca derecha para impedir mi huida.

- No me pienso ir hasta que no me des mi dinero.

- ¡Que no tengo ni un duro, y menos para dártelo a ti!

Siento cómo sus dedos se cierran algunos centímetros más alrededor de mi brazo y me inclino en esa dirección para intentar minorar la presión.

- Hermanita..., por tu bien- murmura.

- ¡Eh!

Reconozco esa voz enseguida, pero rezo en silencio para que Gustave opte por soltarme y que él se aleje.

- Suéltala.- exige muy heroico Álvaro tras de mí.

- Métete en tus asuntos.

Me giro para mirarle, tan alto, tan guapo y con esa mirada fiera clavada en mi hermano. Pero lo más asombroso es que tras de él empiezan a avanzar sus amigos, todo ese grupete de capullos que siempre me han caído fatal (es algo mutuo).

Parece que la cantidad de gente que se empieza a arremolinar acojona un poco a Gustave, pues me suelta con un brusco tirón que me hace trastabillar hacia atrás.

Por supuesto, unos brazos me sujetan antes de que toque el suelo.

- Ya hablaremos tú y yo.- me dice directamente mi querido hermano antes de girar sobre sus talones para salir pitando del aparcamiento.

Gruño por lo bajo.

Malditas las ganas que tengo yo de volver a verte.

Me froto la muñeca con una mueca de dolor. El capullo me ha hecho daño.

- ¿Estás bien?

Alzo la mirada del suelo para encarar esos ojazos azules, que me miran con una especie de... preocupación que me asombra.

- Sí, gracias.- contesto mientras la gente se va dispersando hasta que prácticamente nos quedamos solos en esa zona del parking.

- Deberías buscarte novios más amables, Diana.

Asquerosamente adulta: la reina de la mala suerte.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora