Las dos petardas se quedaron un par de noches en mi casa. Por lo menos me hacían la comida. Es agradable llegar del trabajo y ver la cena en la mesa, no lo voy a negar.
¡Día de mis últimos exámenes!
Emoción absoluta.
Mis chicas me despiden desde la puerta deseándome suerte como un par de mamás adorables (somos una familia alternativa) y voy a toda leche a la universidad, casi por última vez.
Aparco lo más cerca posible y me dirijo hacia mi aulario. Pero, para variar, no puede salirme nada rodado y hay una inesperada e indeseable visita a medio camino de la puerta que me conduce al cielo.
- Hoy no, Gustave- protesto, intentando esquivarle-, tengo cosas importantes que hacer.
Interpone su envergadura entre mi preciado camino y yo con una sonrisa maquiavélica.
- Eres tú la que está alargando mi visita.
...
Le odio.
Me da igual que tengamos la misma sangre.
LE ODIO.
- ¡Que te largues!- grito, empujándole inútilmente- Déjame tranquila.
Sus ojos negros escupen odio y agarra con demasiada fuerza mi muñeca derecha para impedir mi huida.
- No me pienso ir hasta que no me des mi dinero.
- ¡Que no tengo ni un duro, y menos para dártelo a ti!
Siento cómo sus dedos se cierran algunos centímetros más alrededor de mi brazo y me inclino en esa dirección para intentar minorar la presión.
- Hermanita..., por tu bien- murmura.
- ¡Eh!
Reconozco esa voz enseguida, pero rezo en silencio para que Gustave opte por soltarme y que él se aleje.
- Suéltala.- exige muy heroico Álvaro tras de mí.
- Métete en tus asuntos.
Me giro para mirarle, tan alto, tan guapo y con esa mirada fiera clavada en mi hermano. Pero lo más asombroso es que tras de él empiezan a avanzar sus amigos, todo ese grupete de capullos que siempre me han caído fatal (es algo mutuo).
Parece que la cantidad de gente que se empieza a arremolinar acojona un poco a Gustave, pues me suelta con un brusco tirón que me hace trastabillar hacia atrás.
Por supuesto, unos brazos me sujetan antes de que toque el suelo.
- Ya hablaremos tú y yo.- me dice directamente mi querido hermano antes de girar sobre sus talones para salir pitando del aparcamiento.
Gruño por lo bajo.
Malditas las ganas que tengo yo de volver a verte.
Me froto la muñeca con una mueca de dolor. El capullo me ha hecho daño.
- ¿Estás bien?
Alzo la mirada del suelo para encarar esos ojazos azules, que me miran con una especie de... preocupación que me asombra.
- Sí, gracias.- contesto mientras la gente se va dispersando hasta que prácticamente nos quedamos solos en esa zona del parking.
- Deberías buscarte novios más amables, Diana.
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Asquerosamente adulta: la reina de la mala suerte.©
RomantiekA pesar de sus veintidós años, se sentía estùpidamente inmadura. Vivía en un apartamentucho pequeño y descuidado, trabajaba doscientas horas en un bar de barrio y no podía quitarse de la cabeza... ¡esos estùpidos ojos azules! Le odiaba con todas sus...