Capítulo 22: Emociones a flor de piel.

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Salieron de la estación aún con sus manos entrelazadas. Samuel subía las escaleras jalando de Guillermo que se quedaba atrás pero intentaba seguirle el paso. Caminaron hasta donde estaba estacionada la camioneta de Samuel, a poco más de una cuadra de donde se encontraban ahora. Al llegar a ella, Samuel se subió directamente en el asiento del conductor y Guillermo agradeció que no lo hiciera parecer una chica abriéndole la puerta del copiloto. Pudo sentir el aroma de unas donas aún calientes en el asiento trasero y una vez dejó su mochila allí, se percató de que no sólo había donas ahí, sino, un montón de bolsas con comida.

-¿A qué hora tienes que volver? –preguntó Samuel cuando se abrochaba el cinturón de seguridad.

-Hoy no tengo que volver... -contestó por lo bajo mientras, nerviosamente, su mano recorría de arriba a abajo su cinturón ya puesto.

Samuel levantó la mirada con una media sonrisa en el rostro y lo vio ahí en el asiento del copiloto, ruborizado hasta las orejas y observando sus dedos inquietos. Se acomodó en el asiento y extendió su mano para tomar la de Guillermo.

-Me encanta que pienses en todo –añadió a la vez que acariciaba con sus dedos la mano de Guillermo, quien sólo se limitó a sonreír.

En el camino hasta la cabaña, le contó sobre los planes que había hecho para el día, la fiesta en el hangar y la mentira de que dormiría en casa de Frank. Samuel se mostraba interesado, reía y comentaba todo lo que Guillermo le decía, pero él podía percibir que se había apagado su luz interior. No se sentía seguro para preguntarle sobre la respuesta de su madre al correo que le había enviado, así que prefirió esperar a que él quisiera contarle.

Llegaron a la cabaña. Estaba tal y como la recordaba, aunque no podía cambiar mucho. Guillermo ayudó a Samuel con todas las bolsas que debía bajar. Se percató de que había también comida congelada. 'Va a quedarse aquí esta semana' pensó sonriendo.

-¿Tienes hambre ahora?

-Un poco... -Guillermo se acercó a la cocina para ayudarlo a guardar las cosas- ¿Qué vamos a cenar?

-Lo que quieras. Compré dulces, donas, comida china precocinada. Podemos hacer pasta otra vez –sonrió.

-La comida china me gusta.

-Bien, la haré enseguida. Pon las cosas en la mesa para que comamos allí.

-Comer en la mesa es aburrido, siempre lo hago con mi familia.

-¿Y dónde quieres comer, chiqui? –Samuel rio. A veces creía que Guillermo parecía un niño pequeño.

-Aún hay sol afuera y está atardeciendo. Vamos a hacer un picnic bajo el árbol que está al lado de tu casa –Guillermo se acercó a la ventana y observó hacia afuera.

-¿Allí? –dijo Samuel mientras se ponía al lado de él para poder ver el lugar.

-Sí, allí. Yo arreglo todo.

-Vale, te traeré una manta para que pongas en el pasto.

Guillermo sacó la mantita, unos almohadones, el servicio, platos, vasos. Podía sentir la brisa del bosque y el cantar de los pajarillos. Le gustaba tanto ese paisaje que no podía privarse de contemplarlo, y mucho menos si tenía la oportunidad de hacerlo con Samuel.

Volvió a entrar a la cabaña y Samuel ya estaba colocando la comida sobre una bandeja para llevarla hasta afuera.

-Ya está listo, ve afuera Guille.

-Sí, sí. Enseguida voy. Me lavaré las manos –respondió mientras abría la puerta para que Samuel saliera sin problemas.

Cuando se aseguró de que estuviera fuera, se acercó a su mochila para sacar de esta la carta. La arrancó de su libreta con mucho cuidado para que no se rompiera. La dobló y guardó en el bolsillo trasero de su pantalón. Se lavó las manos y salió. Samuel lo estaba esperando sentado sobre la manta, observando hacia el bosque. Guillermo se sobrecogió. La expresión que tenía en el rostro mostraba calma, tranquilidad. La serenidad que buscaba podía tenerla allí, en esa cabaña.

De Azúcar Y Nieve (wigetta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora