Capítulo 11: ¡A acampar!

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El trayecto en metro le pareció tan corto que en cuestión de minutos ya se estaba dirigiendo a su casa. Era una bonita noche. Los faroles alumbraban los adoquines de la calle. La luna tenía un tamaño descomunal, a su parecer. El cielo estaba por completo despejado, así que lograba apreciar todas y cada una de las estrellas que lo cubrían. Las noches de principio de primavera le gustaban bastante. Una fría brisa acompañaba su caminar, pero no era suficiente para congelarlo. Se sentía a gusto, era un ambiente que le agradaba disfrutar.

Cuando abrió la puerta de casa, percibió un completo silencio que inundaba el salón. 'Qué extraño que mis padres no estén aquí...' pensó. Fue hasta la cocina para ver si le habían dejado algún recado y, efectivamente, así era. Sobre la mesa se encontraba un papel de notas escrito. 'Tu papá y yo fuimos a comprar, luego pasaremos donde la abuela. Caro se quedará a dormir en casa de Sally, mañana no tiene clases. Hay pollo en el horno, prepárate algo más para cenar. Besos.'

Dejó su mochila en el sofá y encendió el equipo de música a un tono moderadamente alto. 'Tengo la casa solamente para mí, ¿por qué no?' Se dijo. Cocinó algunos fideos a la vez que cantaba alegremente sus canciones favoritas y tarareaba cuando se había olvidado de la letra; revolvía la olla al compás de la música. Mientras esperaba que los fideos estuvieran listos revisó su móvil. Tenía un mensaje de Frank; 'Espero que hayas llegado bien compañero. No te olvides que mañana vienes a jugar al GTA :P'. Le iba a responder pero justo en ese momento escuchó el agua de la olla escurriendo y mojando la cocina.

Sirvió su plato a la mesa pero, antes de comenzar a comer, quiso bajarle volumen a la música. Fue hasta el salón y, cuando el equipo estaba a un volumen moderado, oyó un ruido en la ventana. Rápidamente se acercó a ella para mirar hacia la calle, pero no había indicios de alguien que hubiese estado allí. Sin más preámbulos, se dispuso a cenar. El hambre superó su curiosidad.

Minutos más tarde subió a su cuarto para estudiar alguna de las materias que le tocaban al día siguiente. Estaba leyendo plena historia de la Segunda Guerra Mundial cuando el cansancio se apoderó de él y lentamente comenzó a cerrar sus ojos. Estaba agotado, el instituto lo tenía saturado y consumía todas sus energías.

Despertó a eso de las dos de la mañana y se vio envuelto en una frazada. Fue a lavarse los dientes, se puso el pijama y volvió a dormir. Sólo el despertador para ir al instituto lograría despertarlo.

Al día siguiente, gracias a que salió temprano de clases pudo almorzar en casa de Frank. En esta ocasión, su amigo cocinó su especialidad de patatas fritas con un trozo de carne al horno.

-Son sólo papas fritas –juzgó Guillermo.

-No, son Mis patatas fritas –insistió Frank mientras agitaba la sartén.

Y no se equivocaba. Eran la especialidad de Frank. Estaban buenísimas y Guillermo no podía negarlo. Su conversación fue tranquila y de diversos temas, pero de momento, ni una sola palabra sobre los sentimientos de Frank. Eso estaba muy bien, aunque Guillermo creía que si no soltaba lentamente lo que quería decirle, su amigo acumularía las emociones y explotaría dándole una charla eterna sobre qué es el amor y cómo se relaciona con lo que él siente.

-¿Sabes que alguien sí puede morir de tristeza? –exclamó Guillermo mientras disfrutaba las últimas papas fritas que le quedaban.

-¿Cómo es eso?

-Cuando las personas se entristecen enormemente, como es al momento de perder a un ser querido, se comienza a dañar un músculo específico que se encuentra en el interior del corazón. Si la tristeza persiste, el músculo se rompe y produce un paro cardíaco.

De Azúcar Y Nieve (wigetta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora