La pequeña niña estaba tumbada en la cama, sus rizos dorados asomaban por encima de la temblorosa sábana.

Estaba muerta de miedo, asomó la cabeza hasta su respingona nariz. Sabía que una vez al mes sucedería algo, no sabía el que. Lo único que sabía era que era la noche del día decimotercero del mes.

La última vez un ser largirucho y fino, más que un spaguetti salió de su armario. Llevaba una estaca en la mano. Se sentó a los pies de su cama y con los ojos en blanco empezó a balancearse, al amanecer, con los primeros rayos del alba todo se esfumó.

Las ramas empezarón a golpear las ventanas y la pequeña volvió a meterse bajo las pesadas sábanas.

Unas manos esqueléticas, largas y finas comenzarón a emerger de debajo de la cama, seguidos de unos huesudos brazos. Agarraron a la niña con sábana incluida y se la llevaron a la oscuridad, debajo de la vieja y crujiente cama de madera.

Suspiros sobre letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora