Alas encadenadas

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Desplegó las alas, blancas y sedosas con una pluma tan brillante como el mismo sol.

Batió con fuerza sus alas y sus pies se levantaron del suelo del ático. Había cumplido su misión, llevar por el buen camino a un humano que se estaba desviando.
Cuando ya estaba a varios metros del suelo, llegando ya a las Puertas un hilo invisible y a la vez pesado tiró del ángel hacia la tierra.

No podía estar ocurriendo, era imposible, las Puertas no le permitían entrar. Esto muy pocas veces había ocurrido, su misión estaba incompleta o algo había hecho mal.

En el fondo siempre lo había sabido y su error le quitaría la inmortalidad, debería haberlo evitado, pero era imposible.

Empezó a descender, con lágrimas en los ojos, cada vez más rápido. Sus alas estaban perdiendo la fuerza y poco a poco dejarían de volar. Sería el ancla que lo amarraría a la tierra.

Y es que los ángeles no podían enamorarse de humanos.

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