Cuarto 6

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Debía de ser un sueño.

Mi futuro esposo, sin que él sospeche que lo es, nos llevó a un pequeño restaurante tradicional a la vuelta de la esquina. A comparación del lujoso establecimiento en donde hemos estado, este lugar probaba ser bastante humilde.

Ambos pedimos una liviana merienda y el mesero no tardó en traer nuestro pedido. Una porción de ensalada con pollo para mí y una hamburguesa de carne para él.

—¿Desde cuándo trabajas en el hotel? Te he visto en recepción varias veces.

Pasé la comida y me limpié con una servilleta.

—Comencé hace dos meses. Una de las empleadas me recomendó porque iba a salir de vacaciones. Supongo que ya no quiso volver y terminé quedándome ahí —repliqué, pinchando una lechuga, sintiéndome un poco más relajado—. ¿Por qué? ¿Me has estado observando?

—¿Quién no observaría a alguien que tiene una fotografía suya en su propio celular?

Me atoré.

Él sí lo había visto.

Empecé a sudar y continué mascando en silencio, deseando que no prosiguiese con aquel tema. Él seguía mirándome, esperando por una respuesta. Tosí una vez. Dos veces y más. Destapé la botella de agua y bebí. Mikaela seguía esperando.

—No es lo que tú crees —dije finalmente, balbuceando, escondiendo mi rostro en mis manos.

—¿Ah, no? —Inquirió traviesamente—. Descuida, creo que eres tierno.

Me atoré con un pedazo de tomate. Empecé a toser como perro viejo y me golpeé el pecho para poder respirar. Era el peor momento en que mi organismo me tenía que comenzar a fallar. Mikaela, preocupado de que me estuviese muriendo, se paró y se colocó detrás de mí. Él me tomó de las axilas e hizo que me incorporara para que me ayudase a respirar.

—¡Yuichiro, resiste! —Suplicó, llamando la atención de varios comensales.

Mikaela arrimó la silla y cruzó sus brazos sobre mi torso, pegando mi espalda contra su pecho. Él me comenzó a embestir, haciendo una maniobra para sacarme la verdura de la garganta. Repentinamente, sentí una deliciosa fricción. Su virilidad chocando contra mi trasero mientras él trataba de salvarme la vida.

El tomate salió volando al igual que un patético gemido de mis labios.

Caí de rodillas sobre el piso de piedra y me froté la garganta. Ligeramente mareado, me apoyé de la mesa y me paré. Sin darme cuenta, había tumbado mi botella de agua, derramándola sobre nuestra comida. Tuve otra erección y ésta había volcado la botella cuando mi miembro se estiró hasta cierto punto.

Me la cubrí con ambas manos.

—Creo que estás bien... —musitó Mikaela, mirando para el lado contrario, ruborizándose.

Avergonzado por las desdichas de mi vida, salí corriendo, esperanzado en que un tráiler me atropellase para sacarme de mi miseria.

Mikaela Hyakuya y el chico del 804Donde viven las historias. Descúbrelo ahora