Suite 3

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—¡Mariscos! Me gustaría probar el segundo platillo de la lista —repliqué, devolviéndole la carta a la aeromoza.

Como era de esperarse de Mikaela, había conseguido boletos de primera clase. A comparación de la clase económica, nos servían copas de vino de nuestra preferencia, los asientos eran mucho más amplios y cómodos, la cubertería era de plata, las pantallas eran el doble de grandes, los cojines no eran una sarta de trapos usados, y las almohadas no tenían piojos.

La jovencita lo recibió con una sonrisa, prometiéndonos que traería nuestra merienda en cuanto antes. Se excusó de una leve venía y se dirigió a los siguientes pasajeros. Entusiasmado por la comida gourmet, metí mi revista dentro de uno de los bolsillos del asiento y extendí la bandeja plegable. A continuación, otra señorita avanzó con su carrito y nos proporcionó los individuales a ambos.

—Yuichiro —dijo Mikaela—. Amor, no debiste haber pedido mariscos. Sé que suena delicioso, pero no los pidas en un avión. No sabemos de qué fecha son.

Imir, ni dibisti hibir pididi mirisquis —gruñí, remedándolo, meneando la cabeza de un lado a otro de forma altanera—. Puedo pedir lo que me plazca. Después de engañarme y destruir mis esperanzas. —Me crucé de brazos y giré mi cuerpo todo lo que me permitiese el asiento—. No me hable, señor Mikaela Mentiroso Nariz de Pinocho Hyakuya. Tampoco había los pistachos premium.

—Cariño, ¿hasta cuándo vas a seguir molesto? —suplicó cariñoso, rodeando mis hombros para guiarme de vuelta a sus brazos—. Lo lamento, ¿sí? No tenía idea que estaba bajo remodelación. Y sí había los pistachos normales, solo que tú te encaprichaste con los que te prometí. ¿Desde cuándo eres tan engreído? Eres como un bebé grande.

—Pues, el culito virgen que reventaste, tiene que recibir ofrendas de mi anciano favorito —dije, accediendo a sus caricias. Me recosté sobre él—. Es lo mínimo que tienes que hacer por dejarme con hemorroides y paralitico.

Mikaela soltó un quejido. Se estaba riendo, acurrucándose contra mi cabellera.

—No tienes hemorroides, niño tonto. Y no recuerdo haberte comprado una silla de ruedas —contestó, ofreciéndome un beso en la cabeza—. ¿Me perdonas?

—Sabes que no podría molestarme contigo —aseguré, alzándome para encontrarme con sus labios. Nuestro beso fue breve.

Poco después, mientras que iniciaba una nueva película, el almuerzo comenzó a desfilar por los dos corredores. Una de las aeromozas advirtió algo que la hizo regresar a nuestro lugar.

—Señor pasajero, le suplico que levante su asiento para que no haya ningún accidente durante la comida —aconsejó—. Señor, usted también, por favor —agregó, volviéndose al pasajero que teníamos al frente.

—Por supuesto —dije.

La cuestión es que no recordaba dónde se hallaba la palanca o el botón. Había viajado en clase económica la primera vez que vine a trabajar al hotel y no había hecho ningún viaje desde entonces. Viré hacia los costados, escudriñando entre el cuero de los asientos y el panel de control que teníamos en los brazos de éstos.

—Creo que es este —murmuró Mikaela, machucando un botón verdusco de en medio.

Súbitamente, el respaldar se fue para atrás de golpe y caí de espaldas, aplastando las piernas de la señora de atrás. Creo que fue una de las ancianas que vinos en la cola. Chilló de dolor. En mi desesperación, brinqué y lo presioné de nuevo. La cabecera se fue contra mi nariz, mandándome a caer dentro del espacio de entre los asientos. Y como si no fuese suficiente, fui machacado con brutalidad por el asiento del hombre de adelante que tampoco sabía cómo diantres se manejaban estas cosas.

Todo se tornó negro a mí alrededor.

✧✧✧

—¿Yuu?

—Mika... —carraspeé, ligeramente mareado. Me llevé una mano a la cabeza.

—Yuu, ¿cómo te sientes? ¿Necesitas una aspirina?

Al abrir los ojos, me encontré recostado sobre su regazo. Mikaela me contemplaba desde lo alto, examinándome. Llevó un pañuelo a la punta de mi nariz y me limpió delicadamente. Traté de incorporarme por mi cuenta, fallando en el intento. Mikaela me tomó de las muñecas y me ayudó.

—Había un doctor a bordo que te examinó. No tienes ninguna fractura, felizmente. La señora tampoco. Aunque prefirió que le cambiasen de asiento porque dijo que traías mala suerte —añadió risueño—. ¿Deseas que pida un vaso de agua, cariño?

—Menuda mierda —resoplé, sintiendo un par de punzadas en la nariz—. No, pero una botella entera de vino me vendría bien.

—¿Tienes hambre? La señorita trajo lo que pediste. Le pedí que lo guardase hasta que recobrases la conciencia.

—Me gustaría almorzar de una vez.

Mikaela asintió y presionó el botón para llamarla. A los pocos segundos, ella se apersonó y retornó con el plato de mariscos. Sumamente hambriento y adolorido, destapé la pasta. Tenía un extraño aroma, aunque no le tomé importancia y me la tragué.

El vuelo JJ21 estará aterrizando en Moscú dentro de dos horas —informó el capitán.

✧✧✧

El gélido aire de Moscú nos azotó al ingresar al segundo piso para recoger nuestras maletas. Llegamos al amplio salón, tomando uno de los carritos y esperamos. La máquina les daba vueltas a todas ellas, inclusive las de Mikaela. Menos la mía.

—Es extraño —dijo Mikaela—. La mayoría ha recogido la suya, pero la tuya no está a la vista. ¿Crees que deberíamos preguntar?

—¿Se la habrán robado? Porque nos demoramos un poco al descender por los montículos de nieve que habían terminado de limpiar.

—Ahí hay un guardia de seguridad. —Señaló a un uniformado—. Tal vez él tenga una idea.

A pedido de Mikaela, nos dirigimos hacia él. Nos aclaró algunas dudas y nos guió a otro despacho de seguridad en donde nos pusieron en contacto con su superior. El cuarto era pequeño, repleto de varias personas al teléfono. Algunas hablaban en ruso, otros en chino, e idiomas que uno se puede imaginar. Al fondo, en una de las esquinas, había una pared llena de televisores. Eran las cámaras de seguridad. En el otro extremo, nos encontrábamos cerca de un tablero lleno de botones. Mientras marcaba, el hombre habló con Mikaela en ruso.

—¿Qué te dijo?

—Nada importante. Solo que no tocase nada del tablero.

Durante la conversación, Mikaela habló por una especie de radio. Su semblante cambió, volviéndose más áspero algo igual que el tono de su voz. Parecía estar alzándola, irritándose por lo que le estuviesen diciendo al otro lado de la línea. Al colgar, suspiró.

—¿Qué sucedió? —inquirí curioso, apoyándome sobre la mesa.

—La buena noticia es que tu maleta está encamino y será llevada a la casa de mis padres. La mala es que la retuvieron porque encontraron objetos sospechosos en ella. Aparentemente, nunca habían visto un consolador de seis velocidades con un masajeador para la próstata. Amor, no debiste traer juguetes caros contigo —me amonestó.

Solo basto para que una persona deje caer los documentos al piso para que nos diésemos cuenta de lo que estaba sucediendo. Todas las cabezas habían girado en nuestra dirección. A un trabajador se le cayó la dona de la boca; otro parecía intentar suprimir su risa de foca epiléptica. Y cuando me retiré de la mesa, me percaté que había estado machucando uno de los botones y mi voz se había escuchado en la habitación. Miento. En todo el maldito aeropuerto. Las cámaras me confirmaron que la gente se estaba carcajeando a sus anchas.

—Señor —me dirigí al guardia—. ¿Podría dispararme?

Él solo atinó a reírse.

Al menos habíamos llegado a Rusia en una sola pieza, a expensas de mi orgullo... ¿Qué podría salir mal en la cena con sus padres esta noche? No me lo quiero ni imaginar.

Mikaela Hyakuya y el chico del 804Donde viven las historias. Descúbrelo ahora